Con la ilusión latente por lo que está a punto de acontecer en la miradas de los cordobeses, la ciudad de San Rafael ha vuelto a convertirse en un hervidero de religiosidad popular un nuevo Viernes de Dolores por obra y gracia de sus cofradías. La mañana se desperezaba temprano corazón neurálgico de la fé en la ciudad de San Rafael que es la plaza de Capuchinos, en brazos de dos de las dolorosas más veneradas de la ciudad, la Virgen de los Dolores y la Paz y Esperanza que han vuelto a congregar en su presencia a una auténtica marea de peregrinos que se han dado cita para reflejarse en las pupilas de la Reina de Capuchinos y para encontrar consuelo en la Señora de Córdoba.
Cuando la tarde comenzaba a encaminarse lentamente hacia el ocaso las miradas comenzaron a repartirse por enclaves diversos. Muchas de ellas se dirigieron a la Trinidad donde el imponente crucificado de Luis Álvarez Duarte, el Cristo de la Providencia, volvía a tomar posesión de las calles entronizado en el que ya se adivina como un magnífico altar itinerante cuando el tiempo y el excelente trabajo desarrollado por el taller de Ortiz y Jurado y por Manuel Luque Bonillo lo ponga todo en su sitio.
Con un caminar sobrio y elegante fruto del buen hacer de la cuadrilla mandada por Manuel Orozco e impecablemente acompañado por la Banda de Música de María Santísima de la Esperanza, otro de los lujos que tenemos la fortuna de disfrutar los cordobeses, el impresionante crucificado, escoltado por los magníficos ángeles de Luque Bonillo, ha deparado un sinfín de escenas para almacenar en la memoria colectiva de los cofrades de la ciudad. Especialmente emotiva ha sido la salida del templo, su paso ante la residencia en la que habitan quienes tanto le veneran, la llegada a la Santa Iglesia Catedral o el devenir por Deanes y Conde Luque. Múltiples alicientes que han logrado convertir este Vía Crucis – procesión en todo un lujo y un deleite para los sentidos.
En el otro extremo del casco antiguo de Córdoba, Nuestro Padre Jesús de la Sangre, dispuesto de manera excepcional con las manos en la espalda, como procesionase por vez primera, una disposición que probablemente repetirá este Martes Santo, comenzaba su caminar por las calles de Capuchinos poniendo la guinda a una jornada memorable bajo la atenta mirada del Cristo de los Faroles. Cerca, en San Agustín, el Hijo de la Virgen de las Angustias era depositado en los brazos de su Madre tras presidir el tradicional Vía Crucis claustral en el interior del templo. Una sensación similar a la que se ha vivido en el interior de la basílica de San Pedro, entregados los presentes a la eterna magnificencia del Cristo de la Misericordia. Como siempre emocionante es la presencia de Jesús Caído por los alrededores de la Cuesta de San Cayetano o la obligada visita a San Andrés donde los titulares del Buen Suceso y la Esperanza ya están entronizados en sus pasos y que este año acogía la histórica veneración -por vez primera- a la Virgen de los Dolores de la Hermandad del Martes Santo.
De vuelta en la calle, la encrucijada de callejuelas que se arremolina alrededor de San Lorenzo se convirtió en un auténtico maremagnum de fieles ávidos de encontrarse de nuevo cara a cara con el Señor. El Divino Salvador en su Prendimiento, Jesús Nazareno, el impresionante Remedio de Ánimas… Todos ellos peregrinaron en loor de multitudes entre miles de oraciones, nubes de incienso y confidencias. Y un poco más allá, en la Córdoba de extramuros, Jesús Rescatado recorría la Viñuela y la calle que lleva su nombre acompañado de la perenne marea de fieles que es seña de identidad de una de las devociones más singulares y relevantes de la ciudad.
Cuando la noche comenzó a convertirse en madrugada la ciudad se abandonó a la quietud. A una quietud temporal que se convertirá nuevamente en magia, bulla y aroma de cofradía en apenas unas horas cuando el Sábado de Pasión nos estalle repentinamente entre los dedos.