Desde entonces, no han dejado de circular las múltiples historias y acontecimientos en torno a la Virgen que parece haber presidido su sede desde tiempos inmemoriales, erigiéndose majestuosa desde la altura de su camarín con esa dignidad que la caracteriza, viendo pasar generaciones de fieles que a lo largo de los años y a través de los distintos contextos históricos mantuvieron viva una devoción sin precedentes en la ciudad y que ha quedado grabada en las obras de Julio Romero de Torres – “La Consagración de la Copla” y “La Saeta”, quedando esta última reproducida en el famoso azulejo que decora la fachada de San Jacinto – o en la tradición que tantas veces nos ha hecho imaginar a Manolete rezando frente a la Virgen de los Dolores.
Sin embargo, hace tan solo algunos meses que salía a la luz una fotografía inédita, hasta entonces oculta en el Archivo Histórico de Viana, que nos mostraba a la Señora como nunca antes la habíamos visto: sin ese típico rostrillo con pedrería, tan inherente a su estilo – solo equiparable al de la dulce Virgen de las Tristezas del Remedio de Ánimas – y que nos dejaba por primera vez ver el cuello de la Virgen de los Dolores. Sin duda se trata de una imagen absolutamente sorprendente que la corporación no dudó en compartir para una feligresía acostumbrada a contemplarla, asimismo, con la diadema que suele recorrer su frente y que en esta fotografía tan enigmática, restringida a un período comprendido entre 1897 y 1898, nos mostraba a la Virgen también sin su habitual color negro al que habían venido a sustituir con el manto celeste conocido como “de las palomas” y la saya roja.
Todo un descubrimiento que vino a recordarnos el latente y remoto pasado de nuestras cofradías, tan imprescindible para entender su evolución y demostrando una vez más que, afortunadamente, aún queda mucho por saber.