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La preocupante moda de no renovar contratos

El devenir de acontecimientos relacionados con la continuidad, o más bien, la no continuidad de las bandas con las hermandades a las que acompañaron en Semana Santa, es una cuestión que no deja de llamarme la atención y, en cierta manera, de preocuparme.

Estamos contemplando, con estupor en mi caso, cómo en las semanas y meses posteriores a la finalización del Domingo de Resurrección se produce un auténtico carrusel de hermandades y bandas que no prolongan su relación contractual, todo ello agravado por la obsesión compulsiva de realizar “comunicados oficiales“, por cualquier nimiedad, así como por ese fenómeno “fan” mal entendido en demasiadas ocasiones y potenciado por las redes sociales. Me dirán que esto ha sucedido toda la vida, y no deja de ser cierto, como tampoco lo es que la tendencia en los últimos tiempos, agudizada en estos días, es la de no renovar contratos. Es la tónica habitual, mientras que lo extraño son las renovaciones contractuales, cada vez más escasas y menos notorias. Pese a que este artículo lo ilustre una fotografía del Cachorro con Presentación al Pueblo detrás, este caso no deja de ser la diminuta punta del iceberg de la situación en la que se sustenta el artículo, ejemplificada de mejor forma por otros muchos casos. El del Cachorro es un tema muy mediático, que está haciendo mucho ruido -y lo que te rondaré, morena-, pero que al final no deja de ser un cambio en un acompañamiento musical que se ha prolongado por más de tres décadas hasta que ha tenido lugar este volantazo en el estilo e idiosincrasia de la hermandad, por decisión de su junta de gobierno. Es su respetable decisión, aunque no compartida por lo que a mí respecta.

Todo lo anterior no deja de ser un mero reflejo de la sociedad actual. En la misma medida en la que se dejaron de reparar utensilios para comprar otros nuevos que les sustituyan, sucedió lo mismo con las relaciones humanas, todo se ciñe a un determinado interés que, normalmente, es pasajero. No se tiene paciencia ni voluntad alguna de arreglar las cosas mediante el entendimiento, comprensión y empatía mutuas. Lo fácil es que cuando deja de funcionar cualquier aparato, va uno a la tienda y se compra uno nuevo. Así, en cuanto no cuadra algún detalle de la banda o de la hermandad en cuestión, en seguida se acude a mirar alternativas y ver cuál encaja mejor. Raros son ya los casos de firma de un contrato por mas de un año, aunque se trate de una renovación. No obstante, no deja de ser cierto que es absolutamente legítimo cambiar de acompañamiento musical o de hermandad si hay motivos de peso que lo sustenten, o ha sucedido cualquier problema que así lo justifique. Pero no es lo que está ocurriendo en la actualidad, donde parece que no hay reparo en estar año sí y año también en el escaparate, buscando hermandad o acompañamiento musical. Es como si se viera con buenos ojos estar cambiando cada año, sin lograr una mínima estabilidad, arrimándose al sol que más calienta en cada momento.

Este asunto, que para mí es una preocupante moda que ojalá pase pronto, tiene sus cimientos en la situación de trincheras de forma más o menos disimulada en la que se ha convertido la relación entre bandas y hermandades desde lo sucedido en la pandemia, cuando las formaciones musicales reclamaron apoyo económico por parte de unas hermandades que no siempre fueron solidarias con un colectivo que complementa tan bien su discurrir por las calles. Aquello, que sirvió para criminalizar a las hermandades de forma generalizada, fue el pretexto ideal para que los comportamientos indecorosos, reprochables y absolutamente nocivos para este mundillo perpetrados por determinados dirigentes de bandas se vieran con buenos ojos, e incluso se convirtieran en una lamentable tendencia a seguir. Parece que todo vale y está justificado desde aquel momento: romper contratos en vigor a toda costa con tal de ir a cofradías más atractivas, o incumplir cláusulas de contratos por razones varias. Por no hablar del modus operandi que se sigue en cualquier negociación hermandad-banda, en la que reinan las medias verdades y la dilación de la contestación se prolonga hasta que se van agotando las opciones más atractivas, eso sí, sin terminar de darle una respuesta certera a las cofradías-bandas a las que se tiene esperando. Es como la técnica que utiliza un primate para desplazarse por los árboles, que no suelta una rama hasta sujetar la siguiente. O juegas con esas -indecorosas- normas, o lo más probable es que te quedes en fuera de juego. El buen trato y el interés hacia las cofradías brilla por su ausencia, prevaleciendo las malas artes sobre lo anterior. Repito, todo vale, y además, se olvida que las hermandades siguen siendo la gallina de los huevos de oro para las bandas, aunque sea una verdad incómoda de asimilar.

Estas malas artes también están presentes, innegablemente, en algunos responsables de hermandades, que no siempre son cuidadosos con los horarios o con la condición humana de los músicos, olvidando que en una procesión, también es necesario el descanso para éstos. Y, por qué no decirlo, también es deleznable que una hermandad tiente a una formación musical que tiene contrato en vigor con otra cofradía a la que se presupone hermana, a romperlo para firmar con la primera. Si no existiera el beneplácito de la hermandad para la ruptura contractual, si no se tolerara que una banda hiciera eso con una cofradía hermana, sencillamente dejaría de suceder. No hay una mínima voluntad de cuidar ni mirar por el prójimo. Y no es que ya no exista respeto a la palabra dada entre dos personas, que ya es grave per se. Es que, como decía, ha dejado de existirlo también hacia un contrato firmado.

Lo triste es que los personajillos anteriormente descritos, que siempre han existido -quizá en un porcentaje no tan alto como hoy en día-, nos han arrastrado a todos a esa situación de trincheras en la que reina una desconfianza que dificulta enormemente la continuidad de los contratos en los años, y las relaciones entre una hermandad y una banda. Es un asunto tremendamente complicado, toda vez que no se atisba una solución efectiva que permita poner pies en pared ante algo que, en opinión de quien escribe, es perjudicial y tóxico para la Semana Santa, que en demasiadas ocasiones se subordina a temas complementarios, como el de la música cofrade o el costal y la trabajadera, en detrimento de lo verdaderamente primordial. Todo pasa por actuar con coherencia, empatía y respeto. Valores que no pasan por su mejor momento en nuestra sociedad. O las buenas personas, que las hay y son mayoría en cofradías como en bandas, se imponen y se erigen en ejemplos a seguir, o seguirán reinando los nocivos mediocres. Decían que el dichoso virus nos iba a hacer mejores personas, y en realidad, todo ha ido a peor… Incluso en un ambiente, el de las cofradías, al que se le presuponen ciertos códigos morales y éticos.