Una imagen cargada de simbolismo

«El primer día de la semana, de madrugada, cuando todavía estaba oscuro, María Magdalena fue al sepulcro y vio que la piedra había sido sacada. Corrió al encuentro de Simón Pedro y del otro discípulo al que Jesús amaba, y les dijo: «Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto». Pedro y el otro discípulo salieron y fueron al sepulcro. Corrían los dos juntos, pero el otro discípulo corrió más rápidamente que Pedro y llegó antes. 

Asomándose al sepulcro, vio las vendas en el suelo, aunque no entró. Después llegó Simón Pedro, que lo seguía, y entró en el sepulcro: vio las vendas en el suelo, y también el sudario que había cubierto su cabeza; este no estaba con las vendas, sino enrollado en un lugar aparte. Luego entró el otro discípulo, que había llegado antes al sepulcro: él también vio y creyó. Todavía no habían comprendido que, según la Escritura, él debía resucitar de entre los muertos».

Así narra el Evangelio según San Juan el episodio de la resurrección del Salvador el día más importante de todo el calendario cofrade porque representa el triunfo del Hijo de Dios sobre la muerte porque el hecho de que la tumba esté vacía implica que la humanidad ha sido salvada por el supremo sacrificio de Jesús de Nazaret. Hoy es la fiesta de la derrota del pecado y de la muerte la claudicación del sufrimiento temporal que adquiere sentido con la vida eterna.

Muchos son los elementos simbolicos que se multiplican por toda la cristiandad en una fecha como la del Domingo de Resurrección pero si existe una imagen cargada de ese simbolismo singular es la que se produce cada año la Iglesia de la Compañía. Una imagen que ilustra el triunfo del Divino Salvador sobre la muerte terrenal. La imagen del sepulcro vacío que descansa al pie del altar mayor de la Iglesia del Salvador y Santo Domingo de Silos.

Una escena que vuelve a evidenciar el mimo y la dedicación que el equipo de priostía de la Hermandad del Sepulcro, otorga a cada una de sus creaciones efímeras y que se convierte en la perfecta alegoría de la frontera que el cristiano acaba de atravesar con el comienzo de la Pascua de Resurrección.