Iconoclastia, Sebastianismo; palabras que desgraciadamente no se encuentran ni siquiera en el vocabulario de los estudiantes de bachillerato de nuestro país, y ni siquiera en los de la inmensa mayoría de los que hacen estudios universitarios. Sin embargo son vocablos que acudieron a mi mente al escuchar una historia contada por un ciudadano de Triana, hace pocos días. Calé de los de toda la vida, que hace del respeto a las esencias su santo y seña, y cuya casa encalada, para protegerse del sol de justicia del valle del Guadalquivir, había sido morada de sus padres y abuelos, lugar donde él escuchó la mezcla de realidad y leyenda de la que me hacía participe.
Hablaba Curro, que así se llama nuestro hombre, de una Virgen y un Nazareno ocultos; desaparecidos hace muchas décadas, cuando una guerra fratricida separó familias y amistades; y las ideologías y las masas fanatizadas se impusieron a la razón, la justicia, y la convivencia, Sin embargo ese gitano anciano y cofrade me aseguraba que si el barrio de Triana estuviese en gran peligro “su Señor y su Virgen” volverían para proteger a sus hijos. Pronunciaba Curro, casi susurraba, con respeto y devoción los nombres de la Virgen de las Angustias y el Cristo de la Salud; unas tallas que en la madrugada del 19 de Julio de 1936 fueron calcinadas junto con todas las pertenencias de la Hermandad de los Gitanos de Sevilla que se ubicaban en la Iglesia de San Román, del barrio de los Gitanos. Curro juraba y perjuraba que no habían sido gentes del barrio los que habían cometido tal fechoría, pues teniendo allí cada cual sus ideas políticas y siendo un barrio de gentes humildes respetaban a una hermandad, también integrada de gente menesterosa y trabajadora. Aquel incendio para la gente del barrio supuso una puñalada, otra más inserta en unos sucesos que llevaron a España a una guerra cruel y barbara. Desde esa noche un manto de silencio cubrió lo tristemente acaecido; las familias de Triana enteran lloraron a sus seres queridos muertos en una contienda que duraría tres años, pero también sentirían como propia la desaparición de sus “Imágenes”.
Curro, sin embargo con la convicción heredada de su mayores y con el alma del que siempre espera un milagro de la Providencia, señalaba que las advocaciones de la Salud y las Angustias todavía estaban ocultas en un lugar ignoto de Sevilla y que volverían si fuera necesario para el bien del pueblo cristiano y trianero; su amor por las tallas destruidas, que no disminuye la devoción que siente por las actuales, venía a traer a colación el mito de una salvación que era esperanza ante una herida que quizás nunca ha cicatrizado del todo. Individuos cofrades y devotos se juramentaron aquella noche de Julio para no volver a su iglesia hasta que no estuviera el templo totalmente restaurado, cosa que vería ya el año 1947.
Curro por fin me enseñó una estampa de aquella Virgen quemada, u oculta como el prefiere pensar; una fotografía en blanco y negro de una escultura bellísima y señorial, con la mirada resignada, hacia abajo, ante el dolor del sufrimiento del Hijo del Hombre. Era una talla de gran valor artístico pues su manufactura se debió a las manos del insigne escultor José Montes de Oca; cuya autoría también estaba tras la hechura del Nazareno de la Salud. Lo que para un estudioso o un amante del universo cofrade es una perdida irreparable de una de las dolorosas más hermosas, y de incuestionable valor artístico e histórico de la centenaria Semana Santa de la ciudad hispalense, y por ello de toda Sevilla, para Curro y los suyos es todavía no una leyenda o una historia que contar a un curioso, sino una profunda perdida que se transmite de generación en generación
Aquel hombre curtido por la vida, sin otras riquezas que su amada familia y sus querencia por la hermandad, que llamaban de los castellanos nuevos, me regaló con su acento inconfundible cuando ya nos despedíamos una lección de vida, y de señorío cofrade. “Nos queda siempre un quejió de amargura que se lleva el viento cuando en nuestros hogares contamos la historia de aquello que nos quitaron, sobre todo por lo que pudo ser y no fue; pero perdonamos hace mucho tiempo porque eso es lo que nos enseño Él con su palabra… Además, ahora desde nuestro santuario, cada Madrugá, cubiertos por el cubrerrostro sacamos aunque el mundo no lo ve a nuestras Sagradas Imágenes dos por dos”