Con la venia, Córdoba, Opinión

Cofradas

El encabezamiento de este articulo no es una errata, de esas que tanta gracia hacen a los duendes de los teclados, ni una nueva ocurrencia de los seguidores de esa nefasta ideología de genero tan en boga en nuestros días; sino un vocablo que cuando nuestro idioma no era maniatado por la fijación de las reglas gramaticales se usó en algunos estatutos de las hermandades de los siglos XV y XVI, donde se hablaba de “cofrades y cofradas”. En ese tiempo no había discriminación hacia las mujeres.

Es por ello que la política de igualar, en todos los aspectos de la vida de las cofradías y hermandades, a hombres y mujeres no es sólo una cuestión de justicia sino, y esto es muy importante, no va en modo alguno contra la tradición que tanto debemos cuidar. Seríamos unos necios si al mismo tiempo no certificásemos que la incorporación de la mujer en las últimas décadas a todos los ámbitos de nuestras corporaciones a vivificado nuestro universo, lo ha hecho más rico y completo, más lleno y grande. Las opiniones de nuestras hermanas, sus gestos y posicionamientos han supuesto en muchos casos una nueva forma de afrontar cuestiones que nos han hecho mejores a todos. Como hemos dicho antes no es una cuestión de vasallaje a la modernidad sino de mantener unas señas de identidad que ya estaban con nosotros desde tiempos antiquísimos y que nunca debieron perderse.

Las hermandades no son otra cosa que familias, cuando se alcanza ese grado de fraternidad en una cofradía es que esa corporación triunfa y se engrandece; mal podría entenderse ser una familia sin el concurso de la mujer, pero no en puestos marginales o en guetos femeninos sino en la plena “comunión” con sus hermanos. Es lógico y cristiano que así se exija en nuestras distintas “casas”; no es menos cierto que nuestra Fe se hizo grande en el Mediterráneo, dominado por Roma, por que hizo mella sobre todo en esclavos y mujeres que abrazaron en todas las riberas de aquel mar el grito de Justicia, Paz y Amor. Baste esto para señalar que la perdida de un carisma como es el de la mujer supuso en el mundo de las cofradías una profunda esclerotización en algunos de sus aspectos, no siempre menores. Para más inri no se me ocurre un solo aspecto negativo que haya supuesto en nuestros días la incorporación de la mujer a todas las esferas de la Semana Santa; creo que sólo una mente muy machista o poco sensata podría señalarlo.

Es por eso que todavía es doloroso apreciar en algunos escritos y algunas actitudes formas que parecen despreciar el trabajo o la simple presencia de hermanas en nuestro mundo, que nunca fue un exclusivo y elitista reducto de los varones. El ser recalcitrantes con aspectos ya superados, y hablar por ejemplo de decoro sólo cuando nos referimos a ciertos atuendos no sólo nos empobrece como cofrades sino también como personas. A la mujer en las cofradías se le debe pedir lo mismo que al hombre, no más ni menos, aquí no entendemos de cuotas pero tampoco de preeminencias en un oficio tan bonito como es el de cofrades y cofradas.