Crónica del Vía Crucis más bello del mundo

De nuevo, como cada año, se han vuelto a reproducir escenas inenarrables, solamente explicables a través de los sentidos. Ocurrió en el preciso instante en el que las luces de la Real Iglesia de San Pablo se apagaron para que solamente la llama de los cirios de los hermanos de la Cofradía del Cristo que fue veneración de los franciscanos en siglos pasados camine por las naves del majestuoso templo entre nubes y nubes de incienso.

Una secuencia casi infinita de sensaciones aflorando en las entrañas, un recuerdo callado por quienes un día estuvieron, un rezo interior para encontrar sentido a las tribulaciones que envuelven nuestra cotidianidad, acaso de batallas inesperadas… pensamientos y oraciones que confluyen de una manera singular… mágica… bajo el cobijo del Hijo de Dios que entrega su vida por redimirnos de nosotros mismos.

María Santísima del Silencio esperaba mientras se desarrollaba el Solemne acto en la recoleta capilla neomudéjar de la Hermandad para, concluido el mismo, ser testigo del besapié al Hijo que siempre acompaña. Al apagarse los cirios envueltos en el olor indescriptible a cera derretida e incienso que impregnaba, como siempre, las naves de San Pablo los fieles congregados detuvieron su mirada en Ella, la Virgen del Rosario, entronizada en su paso para ser conscientes de que el prólogo a una nueva Semana Santa se acaba de escribir.