Diario de Cuaresma (VI): Calle Zaragoza

Extracto del Pregón de la Semana Santa de Sevilla

Francisco J. Ruiz Torrent. Año 2002

El Pregonero de la Semana Santa hace un recorrido sentimental por los lugares más singulares y bellos por donde procesionan las Hermandades en la Semana Santa Sevillana.

Uno de ellos es la Calle Zaragoza y el conjunto de vías públicas que la rodean -Doña Guiomar, Castelar, Fray Bartolomé de las Casas- en pleno centro de la ciudad, muy cerca de la Catedral y de la Parroquia de la Magdalena. Allí se dan cita algunos de los grandes Misterios de la Pasión del Señor.

Francisco hace un exquisito paseo literario por aquel sufrimiento de Cristo endulzado por la magia de los rincones de Sevilla.

Presencia viva del Señor

En pleno centro de la ciudad, en la collación de San Pablo, allá por la calle Zaragoza, vivía otra familia amiga, cuya casa fue y aún sigue siendo lugar donde durante todo el año se mantiene latente el recuerdo de su Hermandad de la Quinta Angustia. Hogar donde cada Jueves Santo aún la abuela, heredera por años y tradición de un arte singular, continúa sujetando el chantillí a la peina y colocando los pendientes de pera a su larga descendencia femenina, dando las debidas instrucciones de cómo ha de llevar la mantilla una mujer sevillana.

Allí, y anteriormente en mis años de colegio, me transmitieron el cariño y devoción hacia ese sobrecogedor Misterio del Descendimiento de Cristo en la Cruz.

Durante muchos años he acudido, incluso, a los Oficios del Jueves Santo en la Magdalena, aunque últimamente los he alternado con la intimidad conventual de las Mínimas de Triana o de mi propia Hermandad. En uno u otro lugar, hemos gozado de la presencia viva del Señor, del ceremonial barroco y solemne de aquél o de la sencillez litúrgica de unas monjas que, entre azucenas, celindas y macetas de «pilistras», conmemoran el momento de la instauración de la Eucaristía y la Última Cena del Señor. «Cantemos al amor de los amores», entonaban las monjas tras la reja de su clausura, y al llegar a la estrofa de «Dios está aquí…» mirábamos a nuestro alrededor y percibíamos, entre el silencio que venía del patio, el canto de un canario, el aroma de la flor y las voces de aquellas vírgenes ocultas que, sin duda alguna, hacían que la presencia de Dios se hiciera tangible.

Pero volvamos al compás de San Pablo, donde entre las sombras verdinegras de los árboles y la luz rosa y morada del atardecer, aparece la trágica escena de Cristo descendiendo de la Cruz, sostenido por la sábana que desde unas escaleras deslizan entre sus manos José de Arimatea y Nicodemo.

Junto a Él iba siempre uno de mis más queridos amigos y hasta él me acercaba ya al regreso por el Postigo o Castelar para, con la mayor discreción, cruzar una mirada o tal vez dos escuetas palabras: ¿Necesitas algo? Él acostumbraba a devolverme la visita al día siguiente, cuando vestido de nazareno yo atravesaba el puente de Triana acompañando a mi Cristo. Allí se repetía la misma escena y se cruzaba idéntico diálogo. Y así fue como nos despedimos y nos vimos por última vez. Ésas fueron sus últimas palabras conmigo, ya que días después, en un absurdo accidente de carretera, su cuerpo, roto como el de su Cristo, fue recogido, posiblemente por distintos Arimateas y Nicodemos, para ascenderlo en esta ocasión a los cielos de Sevilla.

Por eso sigo acudiendo cada Jueves Santo al encuentro de ese Cristo, mío también desde entonces y por el que, gracias a Él, sigo manteniendo vivo el recuerdo de mi amigo. Calle de Zaragoza, Doña Guiomar y Molviedro, donde la muerte del Cristo del Calvario se hace presente junto al repeluco de una madrugada a punto también de expirar. Crujir de nobles maderas, sordo acompañamiento del esparto de unas alpargatas sobre el suelo, silencio y saeta que van pregonando por Sevilla la muerte de un lirio.

Donde el Calvario se eleva, su cabeza se rebaja, su desnudez nos congela y su muerte nos desangra. Sólo un silencio nos deja a solas bajo sus plantas, y ahogados por su presencia, ya muy cerca de su casa, decimos: Señor, despierta la conciencia de mi alma.