Extracto del Pregón de la Semana Santa de Sevilla
Ignacio Montaño Jiménez. Año 1997
Evocación sin igual a una de las Jornadas más luminosas y ricas de la Semana Santa de Crucificado.
El Miércoles Santo conjuga pasajes evangélicos tan fascinantes como el Prendimiento, las Negaciones de Pedro o la Sagrada Lanzada.
El Pregonero recorre muchos de estos misterios con una prosa cercana y emotiva, invitando al lector a empaparse de la magia de las imágenes que salen a la calle en este día.
Elogio al Miércoles Santo
Resuenan como un eco Siete Palabras por el cielo de San Vicente para purificarnos de tanto peso muerto; con tanta fuerza y tanta verdad que una de esas Palabras se encarna al sol del Miércoles Santo en la entregada figura de Jesucristo que nos viene desde el barrio de Nervión: -“¡Tengo Sed!”. Este Dios cercano y comprometido con cada hombre, siente sed de almas; quiere librarnos del mal; liberarnos de las miserias de este mundo nuestro y de las ataduras de la esclavitud del pecado.
“¿A quién buscáis?”, pregunta Nuestro Padre Jesús del Soberano Poder por la calle Orfila, para pedir, después, nuestra libertad: -“Si me buscáis a mí, dejad libres a éstos”. Porque tú y yo hemos sido rescatados no con plata ni con oro, sino con la sangre redentora del Cristo de la Sagrada Lanzada. Por eso no podemos servir a dos señores: Al Hijo Yacente de la Piedad del Baratillo y al dios del dinero; al Cristo de Burgos y al dios del egoísmo; al alma franciscana del Buen Fin y al desprecio por las cosas del hermano.
Un Buen Fin, para una mejor Resurrección, como la de aquel cofrade ejemplar que supo hacer feliz a su familia y a cuantos le conocieron, amigo irrepetible que se durmió junto a su Madre de la Palma, Rafael Vallejo, que con una copa en la mano pasó haciendo el bien y sembrando la paz. Y, además, con el espíritu verdadero del Pobrecito de Asís; esto es, con alegría y sin darse importancia. ¡Como el ejemplo de su Hermandad con los niños del Centro de Estimulación Precoz!
Porque ¡cuánta gente buena hay en la Semana Santa! Músicos, saeteros, servidores públicos, todos los que vienen de la periferia de la ciudad y de los pueblos vecinos, los que aguardan de pie las largas esperas, los niños que duermen en el hombro de sus padres, los de las sillas, los de las flores, los que están lejos, los enfermos. ¡Que todo es otra forma de vestir la túnica, otra forma de llevar las alpargatas y la faja! ¡Como tantos sacerdotes que acompañan y enriquecen con su ministerio el peregrinar cofrade de Sevilla!
¡Y cómo se han ido quedando en las esquinas del tiempo tantas páginas inolvidables de nuestra Semana Santa! Este año, con un recuerdo hondo y emotivo para la ausencia del Soria 9, que esté donde esté será siempre un trozo del alma sevillana.
Y aquellos batidores de Artillería, discípulos del inolvidable Brigada Rafael, que precedían la liberación, la Salud que nos alcanza el Cristo de San Bernardo y el celestial Refugio del corazón de la Madre que nos marca el camino de la verdadera Libertad: “¡Haced lo que Él os diga!”, que es ponerse siempre en las manos de Dios.
Una Giralda alfarera con Santa Justa y Rufina para esa Flor tan divina que San Bernardo venera. ¡Qué letanía artillera en tu rosario, Señora! En grana y en oro aflora tanta alabanza en tu honor, ¡Refugio del pecador y consuelo del que llora!
Y aquellas voces de saeta antigua con los tercios más sobrios, más de cante grande. La Niña de los Peines, su hermano Tomás, Centeno, el Niño Gloria, la Niña de la Alfalfa, Manolo Caracol… ¡Cuántas saetas clavadas en la emoción de Sevilla! ¡Y cuántas capaces de liberarnos y de comprometer nuestra vida cofrade! “Si alguien te alza a ti la mano…”.
Y nos vamos a la espada, como el Apóstol Pedro en el Prendimiento que rompe el corazón de la Virgen de Regla. Mientras que a diario, en derredor nuestro, vemos cómo se alza la mano a tanto Cristo pobre, sin recursos, esclavo de tantas miserias, maltratado, solo o hambriento; y pasamos de largo.
Aún recuerdo la voz poderosa de Pepe Valencia, el del puesto en la Encarnación, elevándose sobre la muchedumbre para gritar su fe sencilla: Desde El Calvario se oía el eco de un moribundo que en sus lamentos decía: ¡Estoy solito en el mundo, ampárame Madre mía! ¡Cuántos ecos nos llegan desde la cárcel! ¡Cuántos lamentos se oyen en los hospitales! ¡Cuánta soledad nos requiere desde los asilos y residencias! ¡Y cuánto desamparo desde tantos sitios, de tanta gente de nuestro propio mundo!
¡Qué saetas tendría que cantar el mismo Cristo liberador del Miércoles Santo para conmover el auténtico sentimiento cofrade de Sevilla, en el Pabellón Vasco o en Regina Mundi!
Y Sevilla confía en los hermosos nombres de la Madre como prenda segura de nuestra conversión. Porque hoy la Madre es Consolación y Refugio, Piedad y Caridad, Regla de vida y relicario de todos los Remedios; y es Guía y es Buen Fin; y Madre de Dios de la Palma y Virgen de la Palma que, como premio imperecedero, llevan los bienaventurados.
La noche del Baratillo, altar del Miércoles Santo en un cielo de palomas y ángeles toricantanos, cuelga rumores de río en los perfiles de un barrio hecho con sol de capotes sobre la cal de los patios.
Un paseillo de luces avanza como rosario de penitentes azules hasta poner en los labios piropos a la Piedad, a la Caridad su canto.
Y cuando apaga la noche su perfume de naranjos y el amor en Soledad llora entre claveles blancos, Sevilla entera le ruega con el fervor de un aplauso y multiplica saetas con la garganta y las manos; que si no llega la voz se aprietan dedos crispados hasta que rompe en el aire un martinete gitano: Desde el Calvario se oía el eco de un Dios cercano que en sus lamentos decía: “¡Ten compasión del hermano y ampáralo, Madre mía!”.