Portada, Sevilla

Diario de Cuaresma (XXV): Infantes

Extracto del Pregón de la Semana Santa de Sevilla

Ignacio Jiménez Sánchez-Dalp. Año 2006.

El pregonero evoca a los niños, protagonistas indicutibles de la Semana Santa.

Ellos son el leimotiv que va guiando el texto por diversas hermandades, barrios y formas de entender la Pasión en Sevilla.

Los niños cofrades, los pequeños nazarenos, constituyen la cuna y el futuro de la tradición popular más bella de Andalucía en general y Sevilla en particular.

Niños de alma pura

La ciudad que corona y seguirá coronando sus múltiples advocaciones marianas, asoma también laureada en la Torre más alta por el proverbio sapiencial que pisa Santa Juana con su lábaro.

Ella, como buena novelera y sevillana, es más de vivir las vísperas que las grandes fiestas y así se lleva todo el año con la palma del Domingo de Ramos en la mano, para ponerla en el balcón de la ciudad que vigila.

La Giganta hace de la pasión un villancico pascual con ese peculiar calendario litúrgico que el sevillano vive a su manera. El Domingo de Ramos es Navidad y Resurrección en una sola pieza y Sevilla, por medio de la que fundió Morell, lo entona todo de golpe.

La gran Semana se inicia. El Nazareno se hace carne en el hombre sin techo, que lo tiene bajo el cielo de la escalinata del Salvador, con la simple compañía de palomas ávidas de alimento, cristales rotos, cartones y perros que hasta él vienen como a Lázaro a lamer sus llagas.

Niños de alma pura y blanca alfombran los aledaños para recibir con aclamaciones y palmas al Señor de la Sagrada Entrada que después, por no andarse por las ramas, llevarían a crucificar. Los infantes iniciados en los tramos y las filas descubren al Mesías agradeciendo su pueril estación de penitencia en las Hermandades que le dan sitio; con sus palmas rizadas, sus varas y cirios, de monaguillos o con túnica nazarena.

Nadie, ha visto premiado como ellos su brillante esfuerzo con la entrada asegurada en el Reino de los Cielos, como “brillante es el Amor de Dios en cada niño, incluso en los que aún no han nacido”, que decía el Papa.

Lo dicen por San Vicente con más de Siete Palabras. En el Porvenir lo acogen con la Victoria anunciada. Lo claman en Desamparo del Cerro a Miguel Mañara

y vienen con un Longinos converso ante la Lanzada.

Que razón tenía la Sed, para en Nervión pedir agua y en San Juan de Dios saciar la sequedad de gargantas, del enfermo, del que sufre del anciano que está en guardia esperando en el asilo la paloma de Triana.

Niños que suben al cielo, Hiniesta que los reclama; los que a sangre morirán la alcaldesa les da casa y en la inocencia más pura

sus vidas son despreciadas; los que ansían la niñez que en San Roque tiene casa, en la mocita más joven,

en la niña de Esperanza en desvelos por el Hijo, que la llenó de su Gracia, con el agua de los Caños en las Madejas del alma; entrar con cirio a la gloria en cánticos y alabanzas y ver a la Trinidad desde el cielo coronada.