El Santuario de Scala Coeli, en Santo Domingo, ha sido escenario este soleado y primaveral domingo de febrero de la Exaltación a San Álvaro, patrón de las Cofradías e instaurador del primer Vía Crucis de occidente, germen de la Semana Santa andaluza, tal y como la conocemos. Una exaltación profunda y llena de matices que reproducimos en su integridad.
«Cuando el invierno encara su recta final y las tardes se alargan hasta el toque de las campanas, cuando en los naranjos nacen esos botones blancos que nos perfumarán las calles y el sol nos vuelve a tender la mano para señalar que ésta es una ciudad que vive al aire libre, los cordobeses sabemos que tenemos una cita aquí, en nuestra Sierra. En este rincón la ciudad se mira en la historia de los suyos y esa misma historia ha seguido el pálpito de los siglos como centinela privilegiado donde la naturaleza ha frenado el avance del reloj. Aquí, en este santuario, hoy como ayer, venimos ara celebrar a quien sigue entre nosotros y nos lo podemos cruzar en cualquier recodo del camino, en un sitial del coro o entre los almendros que cantara Ramón Medina. Hoy, como marca la tradición, venimos a reencontrarnos con lo mejor de nosotros mismos, al igual que hicieron nuestros padres, aquí, en el Santuario de Scala Coeli, para exaltar a quien es uno de los grandes cordobeses de todos los tiempos, cuyo nombre ha traspasado las paredes de esta casa, los límites de esta ciudad y ha llegado a lejanos continentes. Hoy, cuando la primavera está a un mes de llamar a nuestras puertas, estamos aquí para exaltar a San Álvaro de Córdoba.
En primer lugar quiero agradecer a la Agrupación de Hermandades y Cofradías que me designara para estar en este atril, para invitarme a debutar como exaltador. No me costó aceptar la invitación -y lo digo con sinceridad- porque aunque nunca me había visto en otra igual sí percibí que era la oportunidad para hacer unas reflexiones en un marco distinto al que discurre mi día a día. En un primer momento, y aun actualmente, los temores son muchos, porque no domino el género y porque cualquiera de vosotros lo podría hacer mejor. Pero, como muchos sabéis, no es la primera vez que vengo al Santuario, y con el paso del tiempo tengo acumuladas un sinfín de experiencias cordiales en este lugar que os quiero trasladar desde mi visión de servidor público, donde vuelco todas mis fuerzas para lograr una ciudad mejor para todos, sin distinción.
Otro motivo para dar las gracias a la Agrupación de Cofradías por mi elección como exaltador es que la preparación de este acto de hoy me ha permitido profundizar aún más en la historia, las tradiciones y las vivencias que giran en torno a la figura de San Álvaro. En la preparación de este texto os he tenido a todos presentes mientras me recreaba por estos lugares, reviviendo momentos que siguen frescos en mi memoria por la autenticidad de lo que aquí se vive.También quiero agradecer a la Hermandad del Santísimo Cristo y San Álvaro de Córdoba que impulse con decidido tesón las celebraciones que llenan de vida y color este paraje, a las vez que las transmite de generación en generación, sin solución de continuidad. No podía faltar tampoco mi gratitud a los dominicos, encabezados por el padre Mariano, por mantener abierta la puerta de este santuario. Sé que no es una labor fácil en los tiempos que corren, pero la ciudad agradece de corazón a la Orden de Predicadores este esfuerzo para que Scala Coeli sea esa otra casa de todos nosotros a la que siempre podemos volver y encontrarnos en su puerta a un fraile con el hábito blanco.
Fray Juan de Rivas, biógrafo de San Álvaro, nos describe a nuestro personaje como “robusto de complexión” y así nos los imaginamos nosotros, corpulento como un hombre de acción, física y mentalmente capaz de acometer las grandes empresas que se propuso en aquella Córdoba del siglo XV, tan diferente, como podemos suponer, de la actual.No es cuestión de repasar los capítulos de la vida de nuestro santo, que son sabidos por todos, porque forman parte de la memoria de
la ciudad. Lo que quiero hacer es trasladarlos a nuestros días y hacer una lectura actual de los mismos para ofrecer una visión lo más actualizada posible de lo que hizo San Álvaro y que nos explica la razón de su vigencia hoy día.
Quiero empezar por su origen, motivo de disputa durante siglos entre historiadores. Unos lo sitúan como portugués, otros como zamorano, y durante siglos se mantuvo la teoría de su entronque con la familia de los Fernández de Córdoba, de ahí la lápida que recuerda su bautizo en la parroquia de San Nicolás de la Villa. Ahora, con el paso de los siglos, que naciera en un lugar o en otro es un dato
irrelevante cuando lo que hay que valorar de su figura es que a día de hoy nadie duda de su cordobesismo, que se sintió como un cordobés más y no dudó en mejorar la vida de sus paisanos hasta que, como señala fray Juan de Rivas con cierta gracia, “el edificio de la fábrica humana iba, según las leyes de la naturaleza, amenazando ruina”.
A nadie escapa que San Álvaro era un hombre de fe profunda. Decidió muy joven ingresar en el convento de San Pablo, cuyas campanas escucho cada mediodía desde mi mesa de trabajo. En aquel convento vistió el hábito blanco y negro de los dominicos, esa orden a la que tanto le debemos los españoles en general y los que somos licenciados en Derecho, en particular. Dominicos fueron, con el padre Francisco de Vitoria a la cabeza, los integrantes de la Escuela de Salamanca, gloria intelectual del Siglo de Oro, de la que actualmente somos deudores en materias jurídicas como el Derecho de Gentes o los Derechos Humanos, entre otras muchas cuestiones de plena actualidad.Tras sus estudios en la Universidad de Salamanca y siendo profesor en Valladolid, estando en plenas facultades y con el empuje propio de la juventud, nuestro protagonista emprende en 1404 un viaje a Italia, que la recorrió como predicador, y que después le llevaría a Tierra Santa. Las dificultades en las que se desenvolvió esta iniciativa no han llegado en detalle hasta nosotros, pero debieron ser muchas, cuando fray Juan de Rivas nos cuenta que no tenía más alivio que la oración. Permanece un año recorriendo aquellos parajes de la vida de Jesús, que aún conservaban las heridas de las Cruzadas y cuando vuelve a España su fama de predicador le lleva a ser nombrado confesor de la reina Catalina, esposa de Enrique III.
Por su cabeza ya rondaba la idea de fundar lo que acabaría siendo Scala Coeli. En este proyecto presta un servicio a la ciudad al adaptar a las necesidades y condiciones de Córdoba una idea aprendida en otro lugar. No es copiar, sino desarrollar una iniciativa inspirada en Tierra Santa para traer un beneficio que hoy, al cabo de los siglos, sigue activo. Por una parte, con la licencia del Papa
Martín V para la fundación de seis conventos reformados, decide que uno de ellos sea en Córdoba y que a diferencia del de San Pablo, en un lugar tan céntrico y bullicioso, se asentase en un paraje solitario pero a tal distancia de la ciudad que no le impidiese a los frailes acudir a la ciudad para la predicación. Por otra parte, pretendía impregnar este monasterio de los elementos necesarios para la meditación, tal y como él ha había practicado durante el año que estuvo en Tierra Santa.
En junio de 1423 se llevó a cabo la compra de este terreno, presidido por la Torre Berlanga sobre la que se asienta este santuario. A su alrededor encontró San Álvaro sin dificultad los hitos necesarios con los que recrear esos Santos Lugares, desde Jerusalén hasta el Calvario, desde Getsemaní hasta el valle de Josafat, a los que unió con un Vía Crucis que sería el primero de Occidente y origen de las celebraciones pasionistas en Andalucía. Con esta materialización, San Álvaro rompe con la complacencia tardomedieval de su época y se proyecta hacia el futuro con una iniciativa pionera que no tardará en ser copiada en otros lugares. Pero esta intervención, que podríamos calificar como urbanística en nuestro lenguaje actual, se complementa con otras que tiene una traslación directa a nuestros días.
El santo dominico no era ajeno a las necesidades que atravesaban los más desfavorecidos de la sociedad. A lo largo de toda su vida no paró de socorrerlos de una u otra manera, quedándonos el caso del milagro del mendigo que encontró en el camino como símbolo de una actitud de entrega a los demás. Hasta mucho más tarde no se acuñarían términos como beneficencia o filantropía. A mediados del siglo XIX crea un jesuita la expresión ‘justicia social’ para definir un estado al que se puede llegar a través de muchos caminos, uno de los cuales es el de la caridad, que practica la Iglesia Católica desde hace dos mil años y que hoy se presenta como necesario al llegar, con rapidez y eficacia, a donde no llega lo público. Así lo demuestra a diario, muy cerca de nosotros, con discreción y solvencia, con la misma generosidad y entrega con la que San Álvaro cargó sobre sus hombros a quien, abandonado de todos y enfermo, tiritaba de frío en la cuneta del camino.Todos los cordobeses del momento fueron testigos de la ingente labor que desarrollaba San Álvaro en favor de todo aquel que lo necesitase, y el Ayuntamiento de Córdoba, como representante de todos los cordobeses, también prestó su colaboración a este trabajo con diversas acciones a lo largo de los siglos. La primera de ellas está documentada de forma muy temprana, en 1427, a los cuatro años de construirse este convento. Hasta entonces, los frailes que bajaban andando a la capital por cualquier motivo debían regresar muy pronto para que la noche no les pillara en el camino.
Para solventar esta contingencia, el municipio facilitó unos terrenos en la Puerta del Rincón donde se construyó el hospitalito que desde entonces, y hasta su confiscación en el siglo XIX, fue una embajada de Scala Coeli en el barrio de Santa Marina. Un siglo más tarde, en 1530, los dominicos del convento de los Mártires se marchan de Córdoba, debido a la pobreza existente en la ciudad, y la comunidad de Scala Coeli decide ocupar aquella casa situada en la Ribera, donde ahora se inicia el Balcón del Guadalquivir. Al Ayuntamiento no le gustó que el santuario serrano quedara abandonado y les pidió que regresaran, algo que hicieron por mandato del general de la orden, momento en el que se incorpora a la comunidad fray Luis de Granada.
Al cabo de diez años, fray Luis es destinado al convento recién fundado en Palma del Río como prior. Aquello no sentó nada bien a los cordobeses, que protestaron y el Ayuntamiento, de nuevo, se hizo eco de este sentir y pidió al padre provincial que no trasladaran al fraile, pero en esta ocasión no le hicieron caso alguno. Otra curiosa intervención municipal es la que se produce a comienzos del siglo XVII. En aquellos años, la devoción de los cordobeses a San Álvaro había crecido como la espuma y lo veneraban como santo sin que la Iglesia lo hubiera reconocido como tal. El Ayuntamiento remite una carta al padre provincial en 1618 en la que urge para que mueva los papeles y se le beatifique de una vez, pero la burocracia fue más poderosa que el deseo de la ciudad.
La reforma que sufrió el convento a mediados del siglo XVIII también contó con el apoyo del Ayuntamiento y en el siglo XIX, debido a la exclaustración de los dominicos, se hizo cargo de los festejos que anualmente se celebraban en torno al 19 de febrero, para que no cayeran en el olvido estos días de celebración en torno a San Álvaro, porque pese a las dificultades de comunicaciones, ya sea andando o en burro, eran numerosos los cordobeses que subían hasta aquí para honrar al santo y disfrutar, además, de un día de campo.
A finales de esta centuria, el Consistorio atendió la solicitud del obispo Ceferino González, también dominico, para que se arreglara el camino entre la carretera de Los Arenales y el santuario. En 1914, siendo alcalde Manuel Enríquez Barrios, el municipio erigió el modesto monumento que nos da la bienvenida en el inicio del camino al santuario y que recuerda el lugar en el que San Álvaro encontró al mendigo. De este modo se contribuyó a guardar la memoria de un lugar y de un hecho que, de otro modo, se hubiera borrado.
A lo largo del siglo XX, la presencia del Ayuntamiento en estos lugares en una constante con la colaboración que anualmente presta para que la romería en honor de San Álvaro sea una de las señas de identidad de la ciudad. Con el tiempo se ha consolidado, forma parte del calendario festivo de Córdoba y todos los cordobeses tenemos recuerdos de las carrozas, de los jinetes, de las coplas, de un día de campo con la familia y amigos.
El paso nada menos que de 600 años desde que San Álvaro pisara por primera vez este lugar y nuestros días no difumina en absoluto la fuerza del mensaje que él y esta casa nos deja para todos los que venimos a ella. Aquí no encontramos una construcción más o menos antigua, con más o menos valor, con una exuberante decoración, enclavada en un lugar privilegiado, sino que por encima de todo esto están los valores que nos transmite este lugar y que son eternos.
Aquí, en el santuario de Scala Coeli, se mantiene viva la memoria de su fundador, pero tras él vino una estela de grandes nombres que llega hasta nuestros días y que engrandecieron el legado de San Álvaro. Todos ellos -y cada uno desde su faceta específicaaportaron lo mejor de sí mismos y dejaron entre estas piedras y estos árboles una huella que aún perdura en su recuerdo. La historia de este lugar a lo largo de seis siglos tiene, como todo en la vida, sus luces y sus sombras, sus momentos de esplendor y también de decadencia. Muchos de estos nombres llegaron hasta aquí, renunciando a conventos más cómodos y mejor situados, para volver a insuflar vida a este recinto y que no decayera hasta su desaparición.
Fray Luis de Granada es uno de ellos. Como hemos visto, llega aquí un siglo después de la muerte de nuestro santo para volver a poner en pie lo que él fundó. Dejará el nombre de este lugar en su obra principal, el ‘Libro de la oración y meditación’, conoce a San Juan de Ávila y se llevará por siempre el recuerdo de este santuario. ¿Qué os voy a contar a vosotros del padre Posadas? Su recuerdo está tan ligado a este convento, al que perteneció, como a la Puerta del Rincón en cuyo hospitalito vivió y murió, así como a San Pablo, al lado de cuya puerta nació y en cuyo interior se custodian sus restos. Para los cordobeses no es fray Francisco de Posadas ni el beato Posadas, sino que se le nombra como el padre Posadas, como si acabáramos de saludarlo en la calle Alfaros.
Hay más grandes nombres que no deben caer en el olvido y por eso no está de más que se recuerden de vez en cuando. Es el caso del padre Lorenzo Ferrari, ejemplo de desprendimiento y de
aportación al patrimonio artístico de Córdoba, ya que dedicó su fortuna a la decoración de esta iglesia, de la que todos nos sentimos orgullosos. Junto a ellos hay también otra nómina de grandes hombres contemporáneos que a buen seguro que tendrán su hueco en la historia, porque han aportado lo mejor de sí mismos con sus escritos y sus obras, y otros habrán contribuido a remar contra viento y marea, con no pocos esfuerzos para que Scala Coeli se mantenga en pie frente a los altibajos que le tiene preparada la historia.
Por una parte quiero citar al padre Álvaro Huerga, uno de los grandes historiadores dominicos del último siglo. A él se le debe una monografía sobre Scala Coeli que no sólo es una referencia imprescindible para conocer mejor este convento, sino que ha despojado esta historia de aditamentos inconsistentes y la ha fijado al rigor de los documentos.No debo dejarme atrás la figura del padre Rafael Cantueso, imprescindible embajador de esta casa ya fuera en San Agustín o en San Andrés. Su inquebrantable cordobesismo y su devoción a San Álvaro y al padre Posadas, heredada de sus mayores, le llevaron no sólo a mantener la casa sino a enriquecerla con importantes aportaciones, desde las más valiosas a las más simbólicas, como los lirios amarillos que sembró en el convento.
Llegaron después tiempos recios y difíciles. La falta de vocaciones a la vida religiosa amenazó también a varias casas de la Orden de Predicadores, entre las que Scala Coeli era, quizás, de las más débiles, debido a sus singulares circunstancias y a su menguada comunidad. No tengo más remedio en ese momento que subrayar el papel desempeñado por el padre Mariano, aunque por su modestia y sencillez le incomoden estas palabras. Pero es de justicia reconocer que gracias a él esta santuario siga abierto y que hoy nos acoja con su sonrisa franca y con una hospitalidad que nos hace sentir en familia.
Hablar de San Álvaro en su festividad es hacer un recorrido por su historia y por su huella, pero también es hacerlo por la agenda futura de esta ciudad, que ya tiene apuntada una cita cultural muy importante para el año que viene. En 2021 se cumple el centenario del nacimiento de tres miembros del grupo Cántico, de Pablo García Baena, de Julio Aumente y de Ginés Liébana, feliz y activamente creativo aún entre nosotros. Hablar de estos artistas es hacerlo de Córdoba, cuyo nombre y espíritu rezuma en cada rincón de su obra. Pero a nadie escapa que en la obra de estos artistas está presente el santuario de Scala Coeli y que el elemento cohesionador no fue otro que el padre Rafael Cantueso.
No hace falta decir que el grupo Cántico fue uno de los hitos culturales más importantes en la Córdoba del siglo XX y cuyo legado literario y artístico, tan estrechamente imbricado en la ciudad, es uno de los patrimonios más valiosos que disfrutamos. El centenario de estos tres miembros del grupo Cántico reviste la suficiente importancia para que no pase desapercibido porque ellos nos dejaron en su obra retazos del suelo que hoy pisamos y del aire que ahora respiramos. Julio Aumente dedicó un poema a Ramón Medina en el que este lugar está presente cuando dice que:
A Dios canta en su gloria y en la de sus criaturas cuando mira los campos, las tiernas romerías, las perpetuas praderas de flor siempre perenne, los animales tímidos de mirar casi humano.
Mario López también se dejó cautivar por todo lo que significa este lugar y nos dejó un soneto con su impresión cada vez que se reencuentra con el Santo Cristo de San Álvaro.
…¡Qué consuelo entre pinos y entre flores,
Señor, allí encontrarte palpitando
Muerto de Amor en tierra de pastores!
Ricardo Molina, por su parte, tenía un compromiso permanente con las dos romerías cordobesas que plasmaba en la prensa local cada primavera. Ya fueran poemas o artículos en prosa, su ofrenda permanece fresca, como en este poema titulado ‘Camino del santuario’:
Tiene un río la campiña,
la sierra tiene un camino,
camino de los romeros
que van a Santo Domingo.
A la derecha, el Cedrón
despierta fervores místicos,
por naciones de artemisa,
por provincias de tomillo;
a la izquierda, entre pinares,
Maestre Escuela y Jardinito;
al frente, Sierra Morena
alzando al cielo sus riscos,
verdes altares en donde
ofician canoro oficio
oropéndolas, jilgueros,
ruiseñores y herrerillos.
Sobre el retamar sabroso
las abejas de oro vivo
relumbran de flor en flor,
fulguran de lirio en lirio.
Pablo García Baena también nos llega en su centenario con ecos de la romería. En el soneto ‘Camino del Santuario’ comienza con la llegada del cortejo festivo y el ambiente que se vive:
Por el blanco sendero que al aliento
de la mañana se abre como rosa,
sube la romería tras la airosa
bandera desplegada al son del viento.
Yérguese la espadaña del convento
en oración de piedra luminosa
y la campana vuela, venturosa
paloma en el azul del firmamento.
Esto nos demuestra que Scala Coeli es también un remanso abierto a todos los artistas. Poetas, pintores, escritores y también toreros. La explanada del santuario fue testigo de un festejo taurino, algo insólito en su momento e imposible en nuestros días. Nos tenemos que retrotraer a las postrimerías del siglo XIX. En aquellos años, era hermano mayor de la Cofradía del Santo Cristo y San Álvaro Jaime Aparicio y Marín, quien en aquella época llegara a ser, hasta en tres ocasiones, alcalde de Córdoba. Todo el edificio sufría en aquel momento los azotes sufridos en el siglo XIX y que lo habían conducido a la ruina. Sólo la iglesia se mantenía en pie a duras penas, y Jaime Aparicio ideó que la hermandad construyera una casa para sus dependencias y para unos santeros que, al menos, garantizaran la integridad del templo así como unas dependencias para la hermandad. Y no se le ocurrió nada mejor que celebrar un festejo taurino con el reclamo, nada menos, que de Rafael Molina Sánchez ‘Lagartijo’, cuyo buen hacer condujo a un éxito de público que se tradujo económicamente en ver cumplido el objetivo del hermano mayor.
Si nos remontamos unos siglos atrás nos encontramos con un cordobés universalmente conocido y también vinculado a la figura de San Álvaro. Se trata de Luis de Góngora, el gran poeta, quien en su juventud, antes de ser sacerdote, iba a caballo con otras personas, cayó por una barbacana en la entonces lejana Huerta de la Reina y, como dicen las crónicas, “se abrió la cabeza”. La gravedad de la herida era tal que los médicos lo desahuciaron a la espera de su muerte, pero la familia, devota de San Álvaro, se encomendó al fraile dominico, por lo que comenzó a mejorar para sorpresa de todos. Debido a la minoría de edad de Luis de Góngora, fue su propio padre quien acudió al Obispado a prestar testimonio de lo ocurrido y dar fe del milagro.
No os quiero cansar más y vamos llegando al final de esta exaltación. Como vemos, la figura de San Álvaro ha estado presente en la vida de los cordobeses a lo largo nada menos que de 600 años. Además, ha jugado un papel destacado tanto en la historia de la Orden de Predicadores como de la Iglesia, aunque no se le haya reconocido una santidad que para los cordobeses no admite duda. Por si fuera poco, su nombre estuvo también presente en los debates de las Cortes de Cádiz y se le puso como ejemplo para el resto de órdenes religiosas. Hoy día, escuchar el nombre de Álvaro, ya sea en un arquitecto portugués o en un dirigente hispanoamericano es escuchar el nombre de esta ciudad que tanto queremos.
San Álvaro es patrimonio de todos los cordobeses y así lo reivindicamos. No es, en absoluto, una referencia lejana a la que cada año se le limpia el polvo cuando llega el día de la romería, sino que la huella que dejó sigue fresca en la ciudad y su ejemplo permanece plenamente útil para los cordobeses. Como hemos visto, él revitalizó este lugar dándole un uso que se ha mantenido con el paso de los siglos, ejerció la caridad para mitigar las necesidades de la sociedad, y miró al futuro, con voz alta y clara, como nos tienen acostumbrados los dominicos.
Así pues -y con esto termino-, con esta exaltación quiero reivindicar la actualidad de la figura de San Álvaro haciendo un llamamiento a todos los cordobeses para que participen de todos los actos que se convocan y que tienen su cenit festivo en la romería del próximo 19 de abril. Será el momento en el que la música de Ramón Medina y los versos de los mejores poetas cordobeses cobren vida y demuestren a todos que aquí, en Scala Coeli, tenemos un trozo importante de lo mejor de la historia y del patrimonio de Córdoba. Muchas gracias».