Córdoba, El Capirote, Opinión

El capirote | Cofradías y redes sociales

Desde que llegaron a nuestras vidas las redes sociales se han convertido en indispensables. Cualquier marca cuenta en su haber con varias cuentas en distintas redes. Tampoco escapamos de ellas en el ámbito privado. Escasas son ya las personas a las que no les suenan Facebook, Twitter o Instagram, entre otras. Y la irrupción de una nueva red social suele venir amparada con importante éxito. Fue el caso de Tik Tok o de la reciente Trheads, que en apenas quince horas desde su creación ya logró 30 millones de usuarios.

La rapidez de la información es uno de sus puntos fuertes. Pero no podemos dejar de pasar por alto el conocimiento de los perfiles de interés. Conectamos con cuentas que nos interesan. Detrás de estas, una marca o personas con las que compartimos intereses o aficiones, dando pie a la creación de un vínculo virtual. El acceso a todo tipo de contenidos o la facilidad para retomar el contacto con antiguos amigos o compañeros son otros de aspectos positivos, sin dejar atrás el entretenimiento o la capacidad de autopromoción.

Pero también cuentan con su lado oscuro. Es el caso del exhibicionismo selectivo, mostrando tan solo una cara de nuestra vida. Y cómo no, es aquella llena de éxitos y alegrías, suprimiendo aspectos de nuestra vida que puedan hacernos sentir vulnerables o inferiores al resto de los presentes. Nada extraño que desembarcó en las redes. En el caso de las cofradías, ¿qué hermandad va a mostrar que tiene menos número de hermanos que el año anterior? ¿Cuál de ellas va a revelar la mala gestión del tesorero? Todo es crecimiento en Semana Santa. Curioso, cuando Andalucía va perdiendo habitantes, la población cada vez es mayor y les cuesta realizar estación de penitencia y todas crecen.

A los aspectos negativos hay que sumar el exceso de vanidad. Como ejemplo tenemos a la caterva de entendidos que pueblan las hermandades, programas de televisión y que dan el salto a las redes sociales porque su ego tiene que ser compartido. Es fácil identificarlos. Abundan los que habiendo estudiado Historia del Arte se creen expertos en la escultura de Montañés cuando más allá de estudiar una carrera no han cultivado dichos ámbitos. Algo así como quien estudia Filología Hispánica y ya se cree Lázaro Carreter. O Arquitectura y se erige como un nuevo Brunelleschi. No. Hay que especializarse. Pero aquí no nos interesa eso. Nos basta con repetir lo que dicen eruditos en la materia, postear diez fotos sobre lo mismo y pasado un tiempo me expongo yo. Para que me reconozcan, para que vea qué belleza, qué saber estar, qué cultura. Te paren por la calle y te tomen fotos. Como si fueran Kim Kardashian, que en el fondo es lo que les gustaría ser. Se pirrarían por ser ella. La lista es tan innumerable que solo basta acudir a las redes para descubrir a este revoltijo de entendidos. Pero para no parecer frívolos se revisten de una capa de cultura y a escribir sobre arte sacro. Después, tómense una cerveza con ellos o un batido de fresa light con pepitas de chocolate negro. Descubrirán que, efectivamente, les hubiera gustado ser Kim, haber tenido un marido como Kanye West y haberse enfundado el vestido de Marilyn Monroe en la gala del Met. Y llegan hasta a las hermandades más serias.

Otro aspecto negativo de las redes sociales es, sin duda alguna, la fragilidad de nuestra privacidad, la adicción o los errores que se pueden cometer. Son las redes el ejemplo de que meter la pata deja rastro. Por mucho que se borren los posts. Ridículos cofradieros hemos visto en los últimos tiempos unos cuantos. Sucede en mayor medida cuando ponemos frente a las redes a cualquiera. Estamos acostumbrados a que, para crear un medio, una página web o una cuenta de empresa no hace falta formación. El problema llega cuando en vez de informar desde nuestra cuenta personal lo hacemos tras una marca. Y el potencial acaba desbordándose. Porque su impacto es mucho mayor. Hemos visto a medios de comunicación lanzando tuits sobre la serie que están viendo —trabajando viendo televisión, qué suerte—, hermandades buscando vídeos subidos de tono o cofradías que alaban a un determinado partido político. Porque el problema aquí ya no es el pensamiento único de un miembro, sino que al hacerlo dese las cuentas corporativas se convierte en una idea compartida por toda la organización.

Así le sucedió hace poco a la cordobesa hermandad del Vía Crucis. A la que le bastó solo con hacer un retuit con contenido político que en este desierto de noticias que estamos viviendo no pasó desapercibido hasta para aquellos ajenos al mundo de las hermandades. Un pensamiento no compartido por todos los hermanos se convierte en universal con tan solo darle a una tecla. Y más allá del vídeo retuiteado se abre ahora un debate que va más allá del meramente político —¿estará de acuerdo con que los presupuestos de Vox en Castilla y León, por ejemplo, la partida destinada a la protección del patrimonio franquista y el cierre de Las Edades del Hombre—, porque acaba alcanzando a toda la hermandad. Y en Internet siempre hay una huella.

Así como las hermandades han perfeccionado otros aspectos como el patrimonial, contando con expertos en la materia o el devocional, escogiendo para sus funciones a algunos de los pocos y buenos oradores que nos quedan, no estaría de más apostar por figuras que puedan ponerse al frente y tenga una formación lo suficientemente apta como para estar al frente de la ventana virtual desde la que conectar con miles de usuarios.