“El Consejo deja de recaudar más del 87% de los ingresos de la carrera oficial“. Éste es el aplastante titular que desayunamos hace unos días los lectores de Gente de Paz. Una noticia que no sorprende en absoluto, pero sí duele, y mucho, al pulmón cofrade de la ciudad. Es la evidencia de la inacción, la comodidad y el pasotismo de instituciones que empezaron velando por la permanencia de las creencias y tradiciones de la ciudad; y han acabado luchando por un capitalismo desenfrenado con el juguete roto de las hermandades.
No, no se equivoquen. Los abonados de las sillas son simples espectadores de un espectáculo audiovisual en tres dimensiones. Igual que un espectador en el cine o un aficionado en el campo de fútbol, ellos pagan una entrada de ocho días para ver cómodamente el paso de las hermandades por la carrera oficial. Quizás se sientan abrumados por mi franqueza, pero a estas alturas de la películas es mejor presentar la realidad sin anestesia.
La cara amable de esta situación es el fin al que se recauda el efectivo de las sillas. Esa imprescindible cifra, y lo he dicho bien, imprescindible, se destina a todas y cada una de las hermandades que procesionan por las calles de la ciudad no sólo en Semana Santa, sino durante todo el año. Estamos hablando de mucho dinero que permite la pervivencia o supervivencia, según el caso, de corporaciones religiosas que a su vez ayudan a miles y miles de personas que no pueden salir adelante. ¿O acaso el Centro de Estimulación Precoz Santísimo Cristo del Buen Fin nace y se mantiene del aire? Es evidente que no.
Y he puesto ese ejemplo, pero hay infinidad, sumados a la ejemplar labor asistencial de Cáritas, sustentada en buena parte también por las hermandades. Es por tanto una mala, muy mala noticia la pérdida de esa cantidad económica; pero también supone la consecuencia directa de una gestión destinada principalmente a un beneficio económico, a una macrocampaña de merchandising cofrade con unos pilares poco sostenibles. El dinero viene y va. El resultado de convertir la Carrera Oficial en un simple desembolso económico provoca que las personas que lo consumen también sean volátiles.
Es exactamente lo mismo que ocurre en las hermandades. Muchas cofradías han moldeado un sistema que prefiere a unos hermanos que asisten exclusivamente al culto externo. El plano de la formación cristiana, de la perseverancia y el compromiso se resumen a refrigerios matizados con una conversación pueril tras los cultos de rigor, al que asisten muy pocos hermanos en comparación a la inmensa nómina que compone la lista.
Les voy a ilustrar con un par de datos. Las hermandades de Sevilla contaron con 227.000 hermanos aproximadamente en el año 2017; y destinaron más de cinco millones y medio a caridad. Viendo estas cifras, aún hay hermanos mayores que tras finalizar la estación de penitencia se despiden exclamando: ¡Hasta el año que viene, hermanos!. Gracias a ello muchos de esos hermanos se están borrando ahora de las cofradías. Sin procesiones no hay hermanos. Sin carrera oficial, no hay abonados. Puedo sonar alarmista, pero es lo que se les ha inculcado desde hace décadas para beneficio de unos pocos; y ahora todo se vuelve en contra. Una respuesta automática.
Ha llegado sin duda el momento de cambiar radicalmente el modelo a seguir, tanto en las instituciones como en las cofradías, para evitar males mayores a los ya existentes. Aquí no sólo está en juego la economía, el turismo o la fiesta de primavera más importante de la ciudad. No. Aquí está en riesgo la ayuda a infinidad de criaturas que no tienen familia, trabajo, casa o un trozo de pan que llevarse a la boca. La función de la Carrera Oficial en un momento concreto y de las hermandades durante todo el año tiene un impacto fundamental en muchas personas necesitadas. Pongan ustedes remedio. Van tarde.