Córdoba, Costal

La crónica | Elegancia con mayúsculas

Elegancia con mayúsculas. Eso es exactamente lo que ha derramado la Virgen del Amparo por las calles de Córdoba, esta apacible tarde de Todos los Santos. Una elegancia sin matices, sin medida, que se materializa en múltiples detalles que embelesan al espectador y concitan la atención del público consciente y habitual y del excepcional e insospechado que, plano en mano, atraviesa la ciudad en la búsqueda de cualquier rincón maravilloso y se encuentra de bruces, con la más maravillosa expresión de la cultura popular de la Córdoba más esencial, la que se manifiesta sin rubor al compás de sus más íntimas tradiciones.

Una elegancia que se multiplica y se adorna al alcance de los sentidos. El olor de la cera derretida, el sonido del crujir de las trabajaderas, la excelsa visión de la encrucijada de callejuelas que conforman sus entrañas, atravesada por el altar itinerante en el que camina la belleza que atesora 364 días al año San Francisco y que sólo una vez cada doce lunas, se ofrece al universo para concederle su Amparo.

Una elegancia que se degusta en la medida justa de cada levantá, en la sobriedad incontenible de cada chicotá y en un impecable repertorio interpretado de manera perfecta por la espectacular Tubamirum. Vellos de punta, emoción palpitando en las miradas… y la perfecta conjunción de un pentagrama perfectamente escogido y el caminar perfecto de una cuadrilla perfecta.

Una elegancia que florece con la fragancia infinita de las cosas bien hechas y que propicia la cercanía de la majestuosidad de la Madre de Dios, envuelta en el aroma ancestral que destila esa manera única, personal e intransferible, que tienen los cofrades de acercarse a la divinidad. Un año más, una vez más, la Virgen del Amparo ha vuelto a derramar su elegancia por las calles de Córdoba; y hasta el tiempo se ha detenido para embriagarse con ella.