Con la conclusión del curso litúrgico a la vuelta de la esquina es el momento propicio para echar la vista atrás y rescatar la última mirada realizada por nuestro compañero Antonio Poyato a nueve imágenes marianas ataviadas de luto con motivo del mes de los difuntos. Un recorrido que ha llevado su presencia al Cerro, a la Parroquia de Jesús Divino Obrero, para registrar la belleza serena de Nuestra Señora de la Encarnación, a la parroquia de San Lorenzo, para dejar testimonio gráfico de Nuestra Señora de la Victoria, la Virgen de la Palma y María Santísima del Mayor Dolor, a Electromecánicas para buscar el infinito dolor en las pupilas de Nuestra Señora de la Salud y Consuelo, al Santuario de la Fuensanta, donde la Reina de los Apóstoles llora en presencia de la Co-patrona de Córdoba, a la Iglesia de Santiago para rendir pleitesía a Nuestra Señora y Madre de los Desamparados, al Santuario de María Auxiliadora, enclave en el que la Madre del Divino Salvador se apiada del Universo y a la Iglesia de San Andrés, donde la bellísima Virgen de la Caridad extiende su velo como consuelo para la Córdoba doliente.
Son diversas las teorías que explican el origen de la tradición de ataviar las dolorosas de luto, buena parte de las cuales se pierden en la memoria de los tiempos. Como es de sobra conocido, el luto es la expresión medianamente formalizada de responder a la muerte, la muestra externa de los sentimientos de pena y duelo ante el fallecimiento de un ser querido. La costumbre de llevar ropa negra sin adornos en señal de luto se remonta al menos al Imperio Romano, cuando la toga pulla hecha de lana de color oscuro se vestía durante los periodos de luto.
Durante la Edad Media y el Renacimiento, las ropas propias del luto se llevaban por pérdidas personales y generales: se dice que tras la matanza del día de San Bartolomé de hugonotes en Francia Isabel I de Inglaterra y su corte vistió de luto riguroso para recibir al embajador francés. Las mujeres de luto y las viudas llevaban sombrero y velo negros, generalmente en una versión conservadora de la moda actual. En algunas zonas rurales de Portugal, España, Grecia y otros países mediterráneos, las viudas visten de negro el resto de sus vidas. Los miembros inmediatos de la familia del difunto visten de negro durante un período más amplio que el resto.
En la actualidad, en infinidad de iglesias se exponen imágenes de la Virgen Dolorosa vestida de luto, algunas de ellas protagonistas de las procesiones de Semana Santa, de tanto arraigo en nuestro país. Estas vestiduras fúnebres con que se las cubre, pertenecen ya a la iconografía popular que hemos asumido como la indumentaria más acorde con la profunda tristeza del prototipo representado. Sin embargo, la tradición se inicia en Madrid en 1565, cuando doña María de la Cueva, condesa viuda de Ureña y Camarera Mayor de Isabel de Valois, dona uno de sus propios trajes de luto para vestir la imagen de la Soledad que labró Gaspar Becerra a instancias de la reina.