El Rincón de la Memoria, España, Portada

Santa Ana, una vida con tintes legendarios

En el día de su festividad, nos centramos en esta ocasión en la vida de la madre de la Virgen María y por tanto abuela de Jesús

Para conocer el nombre de los padres de la Virgen María hay que buscar en el protoevangelio de Santiago, ya que en los Evangelios canónicos no se citan los antepasados de la Madre de Dios. Este narra la historia de Ana y Joaquín, el nacimiento milagroso de María y su presentación al templo. Y aunque encontramos prácticamente desde el comienzo de su lectura paralelismos con la vida de Jesús, estos serán constantes conforme leemos las siguientes páginas. Por ejemplo, a Ana se le aparece un ángel para anunciarle el nacimiento de María y a Joaquín otro que le transmite la buena nueva. Ante un Joaquín extrañado por la edad de su mujer el ángel decide ponerle de ejemplo a Sara, quien concibió con ochenta años a Isaac y a Raquel que, anciana, tuvo a José. Ana, que se había dedicado a la oración, —las mujeres que no podían concebir eran consideradas malditas— abrazó a Joaquín cuando lo vio diciendo: «Ahora que el Señor Dios me ha bendecido, la viuda no es ya más viuda».

El protoevangelio recoge además las palabras de los sacerdotes al bendecir a María: «Dios de nuestros padres, bendice a esta niña y dale un nombre eternamente glorioso por todas las generaciones». A los doce años, los sacerdotes llegaron a la conclusión de que María tenía que abandonar el templo donde había vivido. Y es que según la época se encontraba en edad para casarse. Allí se presentó José, quien según el protoevangelio era viudo. La vara que portó comenzó a florecer, lo que fue interpretado como un signo inequívoco de la voluntad de Dios.

San Joaquín y Santa Ana con la Inmaculada Concepción. Vicente Alanís. Parroquia de Santa Ana de Triana

En cuanto a Ana, otra de las fuentes que conforman su historia es la Leyenda Dorada de Jacobo de la Vorágine. Sobre su vida se dice que fue natural de Belén, hija de Gaziro y Emerencia, y que era mujer de Joaquín, galileo de la ciudad de Nazaret. Los dos pertenecían a la tribu de Judá y del linaje de David. Se desconoce la fecha con la que murió, aunque otras lecturas señalan que fue al poco tiempo del nacimiento de Jesús. Cuando la figura de Ana era muy conocida en Oriente, aquí las referencias escaseaban. Durante siglos fue un personaje al que se le citó tan solo para abordar los antepasados de Jesús. Tal fue su olvido que San Jerónimo o San Agustín no la mencionan en sus escritos. Un gran aporte llega de parte de un escritor medieval llamado Haimo de Halberstadt, obispo que llegó a ser de esta ciudad, en el estado de Sajonia.

Monje benedictino, legó una importante producción plasmada en textos de diversa índole. A él le debemos más datos sobre la vida de la santa. Afirma que, una vez enviudada de Joaquín, casó dos veces más. Sus dos hijas llevarían el mismo nombre: María, pero para diferenciarlas tomarían el nombre de sus padres. María, —la hija— de Cleofás, y María, —la hija— de Salomé. Las dos terminarían casadas, con Alfeo y Zebedeo, respectivamente.

Capilla de Santa Ana de la Catedral de Burgos

Es quizá el capítulo más enrevesado dentro de la vida de la santa. Y es que al encontrarnos en los Evangelios Canónicos con unas santas mujeres que están al lado de María durante los últimos días de Cristo, Jacobo de la Vorágine crea un vínculo con aquellas Marías que tuvo Santa Ana, hermanastras a su vez de la Virgen. Añade que María Cleofás se casó con Alfeo y engendraron a Santiago el Menor, Judas Tadeo, Simón el Zelote y José Barsabás. Por otro lado, describe que María Salomé se casó con el Zebedeo, teniendo a Santiago el Mayor y a Juan Evangelista. Pero aún hay más. Y es que Jacobo conforma esta historia exponiendo que cinco de estos primos pasaron después a ser apóstoles de Jesús.

Su figura aumenta en la época de las Cruzadas con las reliquias, buscando huesos y trozos de tela que fueran de Santa Ana. El culto en su honor adquiere una fuerza inusitada a lo largo del siglo XIII cuando los franciscanos luchan por defender la pureza de María. Para ello tomaron como referencia a su madre, con el fin de reforzar una idea que daba sus primeros pasos de la mano de los frailes. Tal fue el crecimiento de su culto que el humanista alemán Tritemio afirmó que Ana era tan inmaculada como su hija.

Otros datos relevantes los encontramos en dos fechas. La primera de ellas, el 21 de junio de 1378, cuando se extiende la festividad en su honor con la Bula de Urbano VI “Splendor aeternae gloriae”. La otra, en 1584, cuando el Papa Gregorio XIII adjudica una misa propia en todo Occidente. Entremedias de ambas fechas, el arte comienza a representar la Santa Parentela, un retrato de familia tomando como base la descendencia de Santa Ana.

Se iba asentando en la tradición occidental Ana como imprescindible dentro de la vida de Jesús. Aumentó su representación en las catedrales góticas y el Barroco se encargó de representarla de un modo más cercana, enseñando a leer a la Virgen, o acompañando la escena San Joaquín, cuyo culto se extendió posterior al de Santa Ana, conformando la Sacra Familia. La defensa de la Inmaculada Concepción fue crucial para que se rescatara a los padres de la Virgen, lo que provocó una presencia mayor en las catedrales y retablos que se levantaron por toda la cristiandad.

La Virgen Inmaculada de niña con San Joaquín y Santa Ana. Grabado de Schelte Adamsz. Siglo XVII