Dos son los aspectos de la modernidad, y no digamos de su hija bastarda, la posmodernidad, que se han pegado como una lapa al mundo de las cofradías. Ambos indeseables y que en los últimos años alcanzan un paroxismo difícilmente digerible. Ni son entendibles, ni comprensibles ni justificables en un mundo que debiera ser apegado a una tradición secular. Sin embargo, sí podemos clarificar su por qué; los mismos vicios que están carcomiendo las entrañas de nuestras sociedades imperan sobre los impulsos de los individuos.
El culto a lo nuevo es el nuevo paradigma de obediencia en el mundo cofrade. Ya hemos hablado en anteriores artículos sobre ello y no nos entretendremos en analizar este efecto tan pernicioso, en los últimos lustros, sobre las hermandades y cofradías; simplemente señalaremos que lo nuevo no es sinónimo de meritorio ni necesario, y que la mayoría de las veces es perfectamente prescindible porque no aporta valor.
El otro aspecto que acompaña a lo nuevo, aunque pareciera paradójico pero la historia se empeña en confirmar una y otra vez la constante, es la uniformización que se está produciendo entre las distintas “semanas santas”. Ningún observador puede dejar de notar el ansia que se persigue desde diversos estamentos cofrades para acercarse a un determinado canon. El resultado es que sobre todo en las capitales andaluzas se vive una semana de pasión a nivel cultual y de procesiones repetitiva, amoldada y constreñida. ¡Claro que cambian los marcos y que hay grandes devociones propias en cada lugar! Pero hoy por hoy la conmemoración de la pasión, muerte y resurrección de Nuestro Salvador se nos presenta más rica en matices e interesante por su variedad en pueblos grandes y pequeños de nuestra geografía.
Podemos destacar como ejemplos de esa otra Semana Santa no tan mediática pero sí autentica el paso del “rey de Priego” Jesús Nazareno, el Viernes Santo, por las calles de su localidad; la figura del “Judío” y sus tambores que rugen hacia los cielos en Baena; los rostrillos y la veneración hacia objetos consagrados por parte de tres hermandades de Alcalá la Real; los cuarteles de Puente Genil , asociaciones civiles que a pesar de la prohibición eclesiástica decidieron seguir conmemorando la Pasión de nuestro Señor como les legaron sus mayores; el sermón del Nazareno de Rota; el ritual de los tres portazos y la recogida de la Virgen de la Soledad en Puerto Real; el paso del Cristo del Confalón en Écija…y tantos y tantos otros que podríamos nombrar.
La uniformización mata el sentimiento de una religiosidad popular propia, en una tierra que, aunque políticamente también ha sido en las últimas décadas presa de un centralismo canibalizante, es un conjunto de comarcas y ciudades diversas con tradiciones y apegos muy particulares y propios dignos de ser considerados y defendidos, pero además la uniformidad asesina el rico patrimonio cultural y artístico del que somos depositarios.