Tiempo cultual, de altares para quinarios y otros eventos cofrades y litúrgicos. Según el estado de opinión mayoritario, salvándose algunos conspicuos casos, se ha optado por un carácter minimalista en los diversos montajes. A nuestro parecer ese adjetivo minimalista sólo es achacable al trabajo de alguna hermandad; aquí no señalaremos con el dedo que es costumbre de foreros agazapados en el anonimato, ni tiene en realidad sentido para lo que queremos exponer.
Porque los quinarios, altares y demás formas exteriores del mundo cofrade sólo interesan si tienen y guardan relación con lo simbólico; no son una fecha en el calendario que llenar ni un marrón que puede cercenar la economía de la hermandad retrasando otros proyectos más grandiosos. Evidentemente no nos alejamos de las formas medievales y barrocas que, embellecidas, sirven para honrar a nuestras advocaciones e imágenes sagradas, pero son sólo en su carácter instrumental algo accesorio y no pueden ser nunca un fin en si mismas. Es más cuando esos instrumentos se alejan de su carácter sacro, y por ello simbólico, son formas aborrecibles, despreciables y degradas. Cuando un altar de cultos no guarda junto a su significante un significado que llame al iniciado, esto es al cofrade, carece de utilidad y belleza por mucha simetría y esplendor formal presente en sus elementos.
Esos “espectáculos cultuales” siniestros y estériles no nos ligan con nuestra Tradición, sino que son reconocibles en ese parque de atracciones cofrade que ya hemos denunciado. Es lógico que así suceda por cuanto la acechanza de todo lo mundano con sus antivalores de la modernidad están ya muy presentes en el universo de las hermandades y cofradías. Aún así la Tradición no puede perderse, puede camuflarse y desfigurarse conscientemente y la Semana Santa en su discurso, esto es en su simbología, es la crítica más radical contra la alienación del mundo posmoderno, liberal, progresista y capitalista.