La pregunta que ronda los corrillos cofrades es la siguiente: ¿Habrá este año Semana Santa? Quizás sea mejor decir: ¿Habrá procesiones en las calles? Una cuestión para nada baladí, pues la Cuaresma se está aproximando, algunos políticos hablan del tema, aunque con distintos tonos, y las cofradías comienzan a moverse.
En los últimos días se han producido diversas igualás, síntoma muy esclarecedor de las esperanzas puestas en este 2022. Asimismo, en Sevilla ya se están renovando los abonos de la carrera oficial. Los carteles anunciadores de la Semana Santa brotan por doquier, pese a no ser propiamente una garantía de que se vaya a celebrar en las calles. Por último, los vídeos promocionales de la Semana Santa que se han visto en Fitur, invitando al público general a que asistan al evento, demuestran el interés de todos en que, por fin, alcancemos una normalidad lo más cercana a lo real.
En cuanto a la otra cara de la moneda, encontramos lo de siempre. La incertidumbre causada por la variante Ómicron parece seguir extendiéndose paulatinamente, con lo que todo ello supone. Ante este mare magnum, ciertos expertos nos llaman a la calma y nos invitan a confiar en un descenso acusado de los contagios, el cual se produciría en breve espacio de tiempo. Sin embargo, y después de tanto, cuesta tener fe en previsiones y estadísticas.
Hace tiempo escribí acerca de la necesidad de vivir que late en nuestro interior. Decía que la vida va más allá de sobrevivir, que necesitamos una convivencia más estrecha, salir a la calle, celebrar la vida y sus misterios… En definitiva, necesitamos compartir nuestro tiempo con los demás en el día a día. Recuerdo nuevamente todo esto para contestar a aquellos que consideran lo cofrade como algo secundario —si no terciario— que puede esperar. Como otras tantas cosas, dirían también. Es innegable que, inmersos en una crisis, siempre hay niveles de impacto y preferencias. No obstante, aunque nos fijemos solo en un punto de las necesidades más urgentes, esto no significa que las demás dejen de existir. Ni tampoco previene que lo «secundario» acabe constituyendo un problema por causas de desidia. También hablaba en otro artículo de la salud mental y de como estas cosas, tan banales para ciertas personas, impactan en nuestra calidad de vida. Sobre todo esto, me remito a lo escrito con anterioridad.
En cualquier caso, mi túnica ya está oreándose —como bien sabréis por aportaciones pasadas— y sé que otros muchos hermanos cofrades van haciendo lo mismo. Contamos los días con ilusión, pese a las incertidumbres, vamos preparando la ropa para los futuros ensayos y esperamos con la ilusión de un niño que nos avisen para sacar la papeleta de sitio. Solo se vaticina la salida, la «normalidad» soñada después de tanto aguacero. Ahora queda saber si será igual que siempre. Otra pregunta que se discute dentro del universal corrillo.