En estos días de intenso debate del porque el culto público está siendo lo último en recuperarse en esta desescalada, un amigo, me decía con enfado y razón, de que no era justo de que los cristianos, fuéramos los últimos en volver a la normalidad o al menos, en recuperar algo de culto externo, fuera en las condiciones que fuera. En este sentido, compartía las ganas de salir a las calles, de recuperar el tiempo perdido y a la vez, sacaba una conclusión que desde entonces me ronda la cabeza.
Hemos visto como se han recuperado competiciones deportivas a todos los niveles, desde los juegos olímpicos, hasta la liga de nuestro equipo local. Hemos visto como se han recuperado conciertos, actos culturales, corridas de todos, congresos, eventos, ferias y fiestas y decenas de actos que serían interminables de enumerar. También hemos visto playas y zonas turísticas abarrotadas de gente, calles y plazas de bote en bote y aunque si bien es cierto que la desescalada cofrade ya comenzó, poco se parece a lo que vivíamos este tiempo atrás.
¿Todo ello porque? Los ejemplos que hemos visto, arrastran de gente, mueven masas, pero ¿Y Jesús de Nazaret? ¿Y la Virgen Santísima? A pesar de que algunos se empeñan en que no sea así, Dios sigue ocupando hoy el corazón de millones y millones de personas. Jesús y María, continúan moviendo los corazones, Jesucristo sigue siendo el centro de la vida para la humanidad y eso, es innegable ¿Por qué estamos siendo los últimos en esta desescalada? Fácil y sencillo, porque la fe católica es la responsable de movilizar a tanta gente, que no existe comparativa.
Jesucristo continua siendo en este siglo XXI la figura central para la humanidad, el mundo cofrade arrastra masas y eso, debemos de creérnoslo y ponerlo en valor. ¿Por qué estamos siendo los últimos? Porque aún no hubo nadie capaz de mover a tanta gente como Dios.