Se trata de una de las últimas efemérides marianas del viejo calendario gregoriano. La festividad que rinde honores a la advocación de la Esperanza en el preludio de la Navidad configura la concelebración de los últimos días de la preñez de la Santa Virgen que comenzó en el pasaje de la Anunciación y continuó a través de un largo recorrido del gozo y la esperanza de engendrar al Hijo de Dios.
En el claro reflejo que posee la Esperanza en el proceso de gestación de Nuestro Señor es lícito extrapolar el valor de esta virtud teologal al papel que adquiere durante el transcurso de esta vida a la que conforma el Reino de Dios. Es por ello, que la Esperanza se manifiesta en el último aliento del enfermo como un soplo de aire fresco en el devenir de una vida en plenitud inconmensurable en el Reino de Dios. Esta enseñanza radica en las líneas que concurren el Catecismo de la Iglesia Católica – “Creemos que las almas de todos aquellos que mueren en la gracia de Cristo […] constituyen el Pueblo de Dios después de la muerte, la cual será destruida totalmente el día de la Resurrección, en el que estas almas se unirán con sus cuerpos” – verso constituyente del Credo del Pueblo de Dios, que denota la magnificencia de la vida después de la muerte en el Reino de los Cielos, tras la esperada Resurrección en Cristo.
La Esperanza, es sin duda, la nomenclatura más firme de todas cuantas completan el legado de advocaciones de la Mariología. Una expresión de fe en el devenir de los tiempos regida por la voluntad divina que alcanza su colofón en el nacimiento de Nuestro Señor Jesucristo. Una virtud a la que se abandona su Santa Madre en nombre de la Salvación del Pueblo de Dios y la liberación de la esclavitud del pecado, la cual ha amadrinado a muchas Cofradías que prestaron su servicio y su devoción a la advocación que designó Santo Tomás de Aquino como “virtud infusa que capacita al hombre para tener confianza y plena certeza de conseguir la vida eterna y los medios […] necesarios para alcanzarla“.
Algunas de estas Hermandades alcanzaron la popularidad gracias a la denominación de la Esperanza. No sería complicado encontrar corporaciones como la Esperanza Macarena o la Esperanza de Triana en Sevilla o la Virgen de la Esperanza en Málaga, la inconfundible efigie de Nuestra Señora de la Esperanza de Córdoba o la belleza virginal de la Madre de la Esperanza de Huelva, las cuales integran la capacidad de infundir en el espectador las emociones y el significado del vocablo que hoy nos ocupa en este espacio.
Un sinfín de devociones más podrían ser dignas de mencionar en el extenso mapa de las hermandades que rinden culto a esta virtud teologal que se origina al amparo de las antífonas del Adviento, las cuales también prestan su nomenclatura a la llamada advocación de la “O”. Una exclamación admirativa cuya razón de ser en los versos que presentan dichas antífonas que anteceden al Nacimiento de Cristo.
La Esperanza vuelve a ser la jornada de la expectación, de la espera, de un tiempo que precede a la venida del Salvador, Fruto Bendito de su Vientre. 18 de diciembre, día de la Esperanza.
Cruz de Guía