Defender Valores

Anselmo era un tipo duro, curtido por una vida que le había llevado a participar en la guerra civil y ser represaliado en las cárceles franquistas. Comunista adusto firmemente defensor de sus ideales, entre ellos un ateísmo feroz. Pero también era un conversador brillante y sincero, y un viejo que desentrañaba con una lucidez pasmosa las tripas del mundo en el que vivíamos. Lo recuerdo sonriente en paz consigo mismo y su existencia, un hombre que merecía la pena conocer y escuchar. Fuimos amigos a pesar de todas las diferencias que nos separaban: ideológicas, de edad, de vivencias; pero sobre todo aprendí mucho de él.

En estos días no he podido sino tener muy presente una reflexión que más de una vez compartió con mi persona, me decía que mi Iglesia y su ideología habían perdido, que el mundo moderno se encaminaba hacia un estado de cosas donde las firmes convicciones eran prescindibles; donde la Salvación de la humanidad, que yo defendía, o la utopía por la que él había luchado toda su vida serían toleradas, y previamente desnaturalizadas, siempre que no incordiasen excesivamente al poder, un poder que bendeciría un individualismo y egoísmo personal superior a cualquier creencia.

Anselmo sabía que la palabra libertad podía ser usada con las más aviesas intenciones, concepto hermoso donde los haya pero palabra bastardeada y usada “ad nauseam” para mil oscuras intenciones. La libertad del individuo es hoy excusa para las más variopintas iniciativas y conductas. El Yo es el nuevo templo al que se debe de saciar en su insaciable hambre de placeres o “experiencias” El Yo individual de cada uno siempre en competencia con los demás y encerrado siempre en el redil de la insatisfacción consumista de toda clase de productos. “Tengo el derecho a hacer lo que quiera, hago con mi cuerpo lo que quiero” Es el triunfo de la cosificación del ser humano.

Sería tonto no señalar que vivimos en una sociedad marcada por un profundo anticristianismo, donde los valores de nuestra Fe son rechazados y convertidos en recurrente objeto de mofa, y se nos tolera siempre que no alcemos demasiado la voz.

Digámoslo claro, ciertos acontecimientos son repudiables, no por lo que dicen defender o celebrar, sino por el abismo que les separa en su puesta en escena, imponiendo valores harto rechazables desde el punto de vista de la comunidad católica. Como cristianos no es ya que seamos agredidos año tras año en nuestros más sagrados iconos y símbolos atacando a lo más hondo de nuestra religión, es que aunque eso sucediera no podemos bendecir la trivialización de la sexualidad y el culto desaforado al cuerpo como valor principal; se haga en Madrid o se haga en Pamplona, porque creemos que eso lleva al vaciamiento de la persona queriendo subvertir valores que se dicen caducos por otros novedosos pero promovidos por poderosos centros de ingeniería social.

No se trata de un problema de vivencia de la sexualidad, o de conducción en la esfera social, se trata de un problema que atañe a un verbo que hemos utilizado más arriba, imponer. Se trata en definitiva de que podamos vivir nuestra Fe íntegramente en consonancia con nuestros valores; de que no se nos quieran expropiar nuestros templos o se zahiera públicamente nuestra identidad. Las sociedades democráticas tiene que convivir en su seno con distintas éticas, el éxito de tales sociedades vendrá dado cuando ni minorías ni mayorías impongan su visión de los asuntos públicos a los otros, el que rompiera ese equilibrio cargaría con suma responsabilidad.