Diario de Cuaresma (VII): Cruz de ceniza

Extracto del Pregón de la Semana Santa de Sevilla

Antonio García Barbeito. Año 2010

Poeta encarnado de articulista, Barbeito asombra con un pregón íntimo, cálido y plagado de vivencias. Es el verso y la prosa de puertas para adentro, de las discretas rendijas del alma cofrade, alejadas del bullicio, los tambores y las levantás al cielo. Y, sin embargo, habla constantemente de ello.

Esa es la magia de este fragmento que encapsula los sentimientos hondos del Nazareno, el niño, el acólito o cualquier viandante recorriendo la ciudad en Semana Santa evocando lo que vendrá y será poco más de un mes.

Con los ojos del asombro

De repente, aquí estoy. Aquí está el pregonero asomado a las tapias de la ciudad, como un chiquillo escapado correteando por entre olivos, con la atmósfera del campo en los bolsillos. Apoyo las manos en este alféizar de madera y te veo, ciudad, con los ojos del asombro y del aturdimiento, vestida de domingo de pregón.

No sé lo que esperas hoy de mí, pero sí sé lo que yo llevo entre los aliños de mi indumentaria para darte. Yo he venido a conversar con el Dios de los adentros, el que se esconde en los secretos impenetrables de esa cámara de seguridad inviolable que es la conciencia de cada uno.

Traigo al Cristo que me acompaña en las inmensas honduras del vacío, al Cristo que cree en mí, el que transita sentenciado por tus calles con un sueño de espumas blancas tras su paso, el que no se me muere en las tardes tormentosas del viernes, el que tanta conversación me ha dado en las horas perdidas de Humildad, de Siembra, de Paciencia en la lenta espera del verdeo de las cosas.

Todo Amor acude desde la nada. De lo contrario, no es Amor. No existe la volumetría que mide la Fe, ni la unidad patrón mediante la cual sepamos cuánto Dios lleva cada uno alojado en los costados. Un hombre es un universo incomparable, al que juzgará Quien debe juzgarlo cuando llegue la hora. Por ello, este amor sensato que tanto me desordena viene hoy volcado en palabras escritas con la sangre de la tierra, aparatosamente sinceras, para desnudar la auténtica confesión de mis días y mis noches, para celebrar la Eucaristía del que quiere escapar, como los niños débiles, a la verdad de sus inocencias.

Mientras Abril escala sereno por las ventanas y se desperezan lentas las blancas vestimentas del Domingo de Ramos, viene a verte, asomándose a tu tapia, quien lleva un hombre por dentro que ha vuelto a reconstruirse, como en un alba inesperada, con el manantial de inquietudes que me ha regalado Cristo en nuestro enésimo reencuentro. ¿A quién le doy las gracias, Señor? A quien corresponda le debo este abrazo de carne y madero, estas conversaciones en el silencio de penumbras ermitañas, esta lluvia bendita, calmosa y clara, sobre las mataduras de mi ánimo, esta húmeda certeza de llanto, esta carcajada de Fe sobre el miedo adolescente… ¿A quién debo agradecerle llevar en mi bolsillo la seda morena en la que envolver mis amarguras? A quien corresponda, sepa que el día en que se apaguen todas las lámparas, una luz de centeno despejará de mi camino tantos ángeles caídos.

Hay cielos tan azules que resultan, al fin, amenazantes sobre las cabezas. Y uno no sabe cómo protegerse de ello. La única forma efectiva de guarecerse tal vez sea despojarse de estas ropas y, como un pájaro descubierto en la estampía de la primavera, contar la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad de lo que cocina Dios en mis pucheros. Yo soy el que vais a oír. No el que os hayan dicho. Yo soy, esta mañana, un sueño escapado de un incendio, una sangre molturada en mil almazaras, una batalla que echó el ancla en la noche misma y que hoy viene, vestido de lienzo, a orear una sábana de luz por el adentro de tus muros.

Por eso… Prefiero su cercanía, siempre distinta y tan suya, con el callado aleluya que lleva cruzando el día. Y va por donde solía, tan yente como viniente, y nota que de repente el tiempo se le eterniza en una cruz de ceniza en el centro de la frente.

Miradla, diosa dormida navegando por su sueño, despreocupada, sin dueño, pero con rumbo a la vida. Miradla. Parece ida, y se está haciendo adjetivo siempre renovado y vivo por el que la idolatramos. Eterno estreno por Ramos llevará por el olivo.