Portada, Sevilla

Diario de Cuaresma (XXXV): la piel de la verdadera fe

Extracto del Pregón de la Semana Santa de Sevilla

Francisco Berjano Arenado. Año 2014

Sevilla es una fuente de devociones. La cercanía con el Señor y la Virgen es constante, y la Semana Santa el desborde de ese manantial de religiosidad popular.

El pregonero, sin embargo, hace un inciso en ese despliegue de emociones para acercarnos a la esencia, a la piel de la fe.

Berjano Arenado llama a vivir como Cristianos nuevos cada día, a dar valor a la misa, a la genuflexion o a la cercanía con las imágenes sin caer en la cotidianidad ni en la rutina. Ese es el mensaje de hondo calado espiritual que transmite el pregonero.

Ponernos en el lugar

Lo que está claro es que para calibrar y saber de qué hablamos cuando nos referimos a la Cruz no se nos pueden olvidar los acontecimientos que en la misma se vivieron.

Los cofrades nos hemos acostumbrado a ver nuestros pasos, representando las distintas escenas de la Pasión hasta tal punto que ya no llegamos a “ponernos en el lugar” de a Quien, por hacer el bien, se le colocó una CORONA DE ESPINAS , se le AZOTÓ ATADO A UNA COLUMA , se le obligó a llevar LA CRUZ AL HOMBRO , en Ella se le izó y en Ella expiró y murió; ni de Quien, junto a Él, fue la QUINTA esencia de la ANGUSTIA y sufrimiento de una Madre.

Es como si observáramos los acontecimientos de la Pasión y Muerte del Señor como simples espectadores, cuando lo cierto y real es que esa Pasión es algo más que una secuencia de hechos históricos que tuvieron lugar hace más de dos mil años y que ahí terminaron; esa Pasión tuvo lugar, precisamente, para estar presente siempre entre nosotros teniéndola como referente de entrega y de Amor; por Ella el Señor se hizo para siempre contemporáneo nuestro.

Y creo que deberíamos hacer un esfuerzo por ponernos, por unos instantes siquiera, en lo que supuso para Jesucristo tomar su Cruz, cargar con Ella, como lo hace un Cristo lleno de MISERICORDIA en San Vicente , ser torturado y morir crucificado.

Y hablando de esa cercanía en el trato con nuestras imágenes recuerdo que hace unos años vi, junto con mi familia, un domingo de cuaresma, la película – que más parece un documental – de La Pasión de Mel Gibsón ; supongo que la gran mayoría de vosotros la habréis visto. Cuando terminó, recuerdo que dije: “esta película se la ponía yo a los cofrades” (entre los que me incluía) para que viviendo tan crudamente, ni más, ni menos que la realidad, pues así debió ser como ocurrió, tomásemos conciencia de qué tenemos entre nuestras manos, qué suponen los misterios que veneramos, qué mérito tuvo lo que hizo un Hombre-Dios, El Hombre-Dios, VARÓN DE DOLORES , en hacer lo que hizo…por ti y por mí.

Igual ocurre cuando contemplamos la Imagen del CRISTO DE LA SALUD DE SAN BERNARDO O DE LA CARRETERÍA , torturado, sin vida y abatido. CRISTO DE LA SALUD, azul Carretería, ¿o quizá gris?

Primera hora de la tarde de Viernes Santo; por delante Varflora, Toneleros, Puerta del Arenal; junto a Ti Tus devotos, Tus fieles, Tus cabales; entre ellos Juan Moya y Carlos Rosell, ambos contigo para siempre. Su referente, la mejor lección magistral que jamás pudo darse: la de Tu Vida y Tu BUENA MUERTE.

Seguro que si consiguiéramos recordar y revivir estos momentos con frecuencia, la manera de tratar a nuestras imágenes, de orientar nuestra vida cristiana en general y la cofrade en particular, cambiaría. No digo nada del modo de llevar en ocasiones nuestros pasos, de cómo suena a veces la música que va tras ellos, de nuestra actitud ante los mismos o, incluso, de la forma de enfocar las propias relaciones entre los hermanos y la vida de hermandad.

Todos sabemos que no siempre discurren por los cauces más correctos; es más, yo diría que muchas veces lo hacen por caminos antagónicos a los que nos marcan los titulares de nuestra devoción, con rencillas y enfrentamientos que lo único que consiguen es alejarnos del espíritu de apoyo mutuo y unión que debe presidir una hermandad.

Y podríamos  preguntarnos  como  hacía  San  Pablo  a  los  Corintios  cuando surgían  disputas  entre  ellos:  ¿Es  que  acaso  está  dividido  Cristo?

Los  cofrades,  por  la  cercanía  que  tenemos  con  nuestras  Imágenes podemos  correr  el  peligro  de  acostumbrarnos  a  esa  inmediatez  de  tal manera  que,  incluso  el  santiguarnos,  lo  hagamos  de  forma  mecánica mientras  a  miles  de  kilómetros  de  aquí,  en  Egipto,  Irak,  Nigeria,  India  o China,  hay  personas  que  mueren  por  no  renunciar  a  hacerlo;  cristianos  que creen  en  nuestro  mismo  Dios.

Y  es  que  el  cofrade  no  puede  ni  debe  acostumbrarse  a  ese  contacto rutinario  con  las  imágenes  sagradas,  que  son  titulares  de  su  devoción. 

Igual que no debe haber ningún sacerdote a quien no le tiemble el pulso y se le acelere el corazón cuando consagre, no debe haber ningún prioste o vestidor que se acostumbre a su “manejo”, ni puede haber ningún acólito que cuando esté ante el Altar no se impresione de esa cercanía con lo Sagrado, ni puede haber ningún Hermano Mayor que se pasee con su vara delante de los pasos o en los cultos, tan ufano, sin ser consciente de la responsabilidad que ha contraído, ni de lo que hay detrás de Ese Cristo o Esa Virgen que su hermandad venera y saca en procesión.

Por cierto, qué nos gusta una vara, un puesto destacado en un culto interno o en la cofradía y cuántas veces llegamos más allá de lo tolerado para conseguirlo. Como si se tratara de un acto social, como si el substrato de ese acto no estuviera cimentado en un Cristo que es HUMILDAD Y PACIENCIA , ejemplo de sencillez, la que impregna todo su Mensaje, la que llenó toda su vida terrena.

Porque nuestras Imágenes no son meras estatuas, son algo más: instrumentos de los que Dios se vale para que lleguemos a Él. Por eso a ellas hemos de acercarnos como ya lo hiciera la Hemorroisa con el Señor; eran muchos los que lo hacían, pero sólo ella lo hizo tocando discretamente su túnica con fe, con devoción, con cariño; y Él se lo agradeció y la recompensó.

Ese es el criterio, porque ellas son la crónica de una vida plena de generosidad que termina en una muerte de Cruz.

Recuerdo que con ocasión de la celebración del último Triduo a la VIRGEN DE LAS TRISTEZAS , durante el cual Ésta ocuparía el altar mayor, tuvimos que bajar al Cristo desde Su camarín para colocarlo en otro lugar, en otro altar.

Hicimos el traslado con el respeto debido, con el cuidado de siempre. Yo tenía cogida la cruz a la altura de los pies de la Imagen y, la verdad, iba pendiente, más que de otra cosa, de cuestiones de seguridad e intendencia; ya sabéis: ponedlo más derecho, bajadlo más de delante, cuidado con ese banco, dónde están los almohadones para apoyarlo…. A mi izquierda sujetaba al Cristo otro hermano.

Hubo un momento en que me pareció oírlo sollozar, lo miré y estaba llorando, llorando como al que a su padre muerto lleva entre sus manos.

Es un hermano que ha sufrido serios reveses en su vida y todos los ha ido superando…, los va superando; me consta que mucho tiene que ver en ello la fe ciega que tiene depositada en el SANTÍSIMO CRISTO DE LA VERA+CRUZ ; en Él confía. La frialdad, el automatismo con que yo participaba en el traslado de la sagrada Imagen, contrastaba con el cariño, con el mimo, con el agradecimiento con que él lo hacía.

A eso me refiero cuando hablo de acostumbrarnos a la cercanía de nuestras Imágenes Sagradas, esa es la diferencia en su trato; este hermano, además de respeto y cuidado, que era lo que yo tenía, puso devoción, puso todo su amor; de éste sí se puede decir que como la Hemorroisa Lo trató.