Hace aproximadamente dos años, escribí lo siguiente:
Vivimos en una sociedad en la que, actualmente, todo el mundo “sabe” de todo, en la que todo el mundo quiere el protagonismo que quizá no merezca, o quizá sí, pero… ¿se trabaja por mejorar cada día o para conseguir fama? Con esto, me refiero al mundo cofrade, en concreto al de la música cofrade.
Igual de importante es el que lleva el banderín como el que lleva el bombo, tanto las voces acordes como las voces principales. ¿Tan egoístas somos como para no mirar por el bien de la formación a la que pertenezcamos? Quizá entonces vivamos en una actualidad no tan actual, donde el trabajo cooperativo (que no el trabajo en grupo) pasa a ser secundario, por querer dar más protagonismo al egoísmo individual de cada uno.
En conclusión, cierto es que pueda haber gente más o menos determinante, es una realidad, pero bajo mi punto de vista, son más determinantes aquellos que se dedican a sentir este mundillo de verdad, trabajando de la mejor forma, ayudando al resto de compañeros, yendo todos a una. Seguramente, sin ellos, aquellos “superiores” (por llamarlos así), no serían nadie… porque nadie nace sabiendo, pero no se sabe más si nos creemos superiores a los que son nuestros compañeros/as.
Quizá esto sea una causa por las que muchas bandas desaparezcan en los últimos años, quizá sea un motivo por el que la música cofrade (de Cristo) vaya en declive, parece más la liga de fútbol (con sus fichajes y eso, compitiendo, rebajándose) que lo que tiene que parecer.
Con el tiempo, he podido comprobar que no todo sigue igual, sino aún peor. Todo esto que vendemos como bonito, tiene su parte mala, su letra pequeña.
Y esto no solo en las bandas… Sino, también entre bandas, con sus jornadas de captación con nombres maquillados, donde el protagonismo y la oportunidad hacen un equipo. Una oportunidad vendida como algo único pero que al final es lo que es, un egoísmo vendido como compañerismo; momentos que serán historia para unos… e historia agridulce para otros.