Este sábado se cumple el centenario del nacimiento de Lola Flores. Artista con mayúsculas, Jerez por fin saldará su deuda histórica con la creación del museo que abrirá esta primavera. Trajes, fotografías y objetos personales darán vida al centro de interpretación. Un Jerez que ha cambiado desde entonces –y no poco–, pero que ha sabido conservar su esencia.
De pequeña vivía en la calle Sánchez Vizcaíno. No muy lejos de allí se encuentra la plaza del Santísimo Cristo de la Expiración, donde jugaba y bailaba con otros niños, hoy lo supervivientes rozan la centena. De aquella plazoleta ante la ermita de San Telmo pasaba al interior de la capilla, a pedirle al crucificado. Era una vecina más del Cristo, en una zona donde las familias crecían bajo el amparo del «Cristo de las Melenas».
Tras su marcha, cuando regresaba a Jerez solía acercarse al templo. Regresar al lugar donde naciste, a las devociones que te alumbraron es también abrir un álbum de recuerdos en sepia, de los pucheros en las casas con las puertas abiertas y el café después de la siesta. La devoción al crucificado fue también para Lola la que heredó de sus mayores. Su madre solía cantarle saetas al crucificado, como recuerdan los hermanos más antiguos de la hermandad, quienes también afirmaron en un documental que no se le daba mal.

De mayor llegaron los éxitos y recorrer el mundo entero. Pero no olvidaba sus devociones más arraigadas. Y fue habitual verla entre el público en su Jerez, como en el Miércoles Santo con el Prendimiento. Más lejos se encontraba la granadina hermandad de los Gitanos. Fue en 1995 cuando tras su muerte, se hace entrega a la Virgen del Sacromonte de una saya confeccionada con un traje de la artista, trabajando para tal fin los modistos Tomás García y Alfonso Fernández. Fue Carmen Flores quien presentó la saya a los pies de la imagen, contando con la presencia de los modistos y la junta de gobierno, que por entonces presidía Antonio Ramírez.
Ser una artista que viajó por los cuatro puntos cardinales propició la presencia de numerosas amistades que le hicieron entrega de las devociones más destacadas de allí por donde pasó. Y así fue como también llevó iconos marianos universales a otras partes del mundo. Como en aquella ocasión cuando en Granada lució un medallón de la Virgen de Guadalupe, obsequio de Agustín Lara en México, con una inscripción donde podía leerse «Dolores, que ella te cuide».