La vara del pertiguero, Opinión

El Monte de nuestra vida

Hoy es el sábado de la transfiguración del Señor en el monte Tabor, momento muy especial y digno de meditación. Lo sucedido en el Tabor me recuerda la escena en el huerto de los olivos, aunque sus enseñanzas sean distintas: en la transfiguración, Pedro alaba al Señor por la grandiosa escena que está presenciando; en el huerto, Pedro duerme mientras su maestro sufre. Son las dos caras del creyente, por un lado la del hombre jubiloso cuando ve la presencia de Dios, por otro, la del hombre indolente cuando se olvida de Dios y se preocupa más por satisfacer sus gustos.

Los cofrades también somos como esos discípulos que se alegraban sobre el monte un día y, poco después, se dormían en él sin miramientos. Dormimos mucho en nuestros días, y no lo digo de forma literal obviamente. El mundo que nos rodea nos tiene enajenados del latir de la vida, nos aparta de lo realmente importante y nos arroja a un estrés e indolecia preocupantes. Somos muy cofrades y muy cristianos cuando salimos en procesión, pero nos dormimos cuando se encierran los pasos, nos quitamos la túnica o el costal y volvemos a lo cotidiano. En definitiva, pocos son los que viven su fe de forma constante.

No es fácil, claro está, pero no nos queda otro remedio si queremos ser coherentes con nosotros mismos. El Tabor nos muestra a un Jesús exhultante, lleno de gloria y majestad, acompañado por Moisés (que representa la ley) y Elías (que representa a los profetas). Es la exaltación de Jesús como Hijo de Dios y cumplimiento de las Escrituras, de ahí que los tres discípulos se sintieran tan enardecidos y llenos de paz. Y esta es nuestra actitud cuando conseguimos algo de Dios, es decir, cuando se cumple alguno de aquellos milagritos que le rogamos en nuestro día a días.

Pero habitualmente actuamos como en el Monte de los Olivos: mientras Jesús nos llama a acompañarlo, dormimos; y dormimos porque ya no sentimos esa misma gloria, ya no vemos ese mismo poder. Vemos al Dios cotidiano que actúa sin ser visto ni sentido, y eso nos hace olvidarnos de él. Y, aunque nos llame con algunos gestos o pequeños detalles, no le hacemos caso, pues no ha manifestado su gloria del mismo modo que en el Tabor.

Sin embargo, la enseñanza y la visión ocurrida en ambos montes es necesaria y complementaria en nuestras vidas. El mensaje es bien claro: hemos de ser constantes tanto en las duras como en las maduras. Dios nos da y también nos pide, de modo que no podemos dormirnos a la primera de cambio, cuando no nos interesa o cuando preferimos nuestro propio bien. Ser cristianos es aceptar la voluntad de Dios en todo momento, confiando en que el Padre Bueno no nos dejará. Asimismo tiene que actuar el cofrade como cristiano: viviendo el amor de Dios todos los días, de tal manera que se manifieste en sus hermanos. De lo contrario, en vez de vivir en el Tabor, seguirá perpetuamente dormitando entre los olivos.