Hace tiempo ya hablé acerca de las advocaciones y de las devociones. Hoy se vuelve a abrir la veda en cuanto el mundo cofrade cordobés se ha enterado de la noticia: un nuevo grupo de fieles quiere desarrollar el culto a María Santísima en su advocación Macarena. Interés por parte de muchos, indignación por parte de otros tantos… El eterno retorno del “yo creo que” vuelve a surgir para intentar cuadrar el círculo.
Siendo totalmente sincero, ante la noticia solo cabe una respuesta: mucho ánimo. Y lo digo en el mejor de los sentidos, pues el simple hecho de querer articular una hermandad, con el fin de dar mayor gloria a Dios y a su Santísima Madre, merece por sí toda alabanza. Del mismo modo, uno espera que el proyecto salga a flote —Dios mediante— y sirva para revitalizar tanto la sociedad cordobesa como a sus fieles. En este siglo, que vive los frutos emanados del Concilio Vaticano II y de una renovación carismática eclesial, donde todos los miembros del Pueblo de Dios han de tomar parte activa en la evangelización, el hecho de que un grupo de cristianos pretenda ayudar a esa evangelización de forma activa lo justifica todo.
Ahora bien, frente a las buenas nuevas y la saludable voluntad que mueven a quienes fueron conscientes de este nuevo proyecto, se alza el pensamiento costumbrista, castizo y nostálgico; que, si bien tiene también buenas y sanas intenciones en pro de lo nuestro, olvida un principio fundamental de la religiosidad: la devoción no se crea o se impone, sino que se propone y nace por sí misma.
De nada sirve añorar viejas costumbres o devociones, ya sean o no cordobesas, que se vertebraron en el pasado y que, en la actualidad, no tienen el mismo seguimiento. Cuando una devoción desaparece es porque el conjunto de sus fieles ha encontrado otra forma de expresar su fe particular. Así, es también lógico que en cada parte del mundo se rinda veneración a una devoción distinta de Dios, de la Virgen o de los santos. Pensad si no en el Rocío: ¿acaso todo el orbe cristiano es devoto de esta advocación? ¿Qué les pasa a los que sienten mayor predilección por la Virgen de Fátima en vez de tenerlo por la Virgen de Lourdes?
La respuesta es simple: absolutamente nada. Las advocaciones son “llamadas” a lo sagrado, es decir, caminos que nos acercan a Dios. Lo importante, por tanto, no son las advocaciones, sino la fe misma y el deseo de comunicarnos con el Padre, a través del Hijo y en el Espíritu Santo. Todo lo cual no quiere decir que haya que despreciarlas, al contrario: hay que vivirlas como son, sin exageraciones ni minusvaloraciones.
Por tanto, queridos hermanos, no os rasguéis las vestiduras antes de tiempo. Si viene de Dios, la cosa crecerá. Si no, se perderá. Ya que todo está en su voluntad, y así lo expresamos diariamente, dejemos que la providencia actúe. Mientras tanto, en vez de mirar el ojo ajeno, actuemos según el Evangelio.