La vara del pertiguero, Opinión

El Rosario Cofrade

Noviembre ya está llamando a las puertas y octubre se diluye en unos cuantos días. Aunque parezca una evidencia, la importancia del hecho es grande, pues con la marcha de octubre termina también el mes dedicado al santo rosario. Esto, claro está, no implica que ya no se celebre o se ejercite, pero bien merece al menos un último recuerdo que lo mantenga vivo tanto en nuestros corazones como en el uso cotidiano.

¿Cuántas Vírgenes lucen la advocación del Rosario? Muchísimas, sin duda, y buena parte de ellas se yerguen como pilares de devoción y patronazgo. La Virgen del Rosario, en sus múltiples representaciones, da respuesta a una práctica religiosa que se inicia con los padres del desierto del siglo IV y que, como cuenta la tradición, se concretiza tras la aparición mariana que tuvo Santo Domingo de Guzmán a principios del siglo XIII. Después de esto, serán los padres dominicos quienes se encarguen de extender el ejercicio del rosario creando numerosas cofradías, hasta que el papa Pío V establece su fiesta universal tras la batalla de Lepanto (7 de octubre de 1571); ya que, según el romano pontífice, fue la Virgen María a través de esta advocación quien le otorgó la victoria a los cristianos frente a la ingente armada turca.

Del mismo modo que el rosario ha ido acrecentando su uso a través de los siglos, la forma en que se practicaba ha ido variando. Aunque pocos lo sepan, al principio no se rezaban avemarías, sino solo padrenuestros, en concreto ciento cincuenta. Poco a poco, fueron cambiando las tornas hasta la manera que actualmente tiene, al menos antes de que se añadieran los misterios luminosos y aumentaran las cuentas a doscientas. Pero ¿por qué se rezaban antes ciento cincuenta? Muy sencillo, el rosario fue en un principio un sustituto de la Liturgia de las Horas, en la cual se rezaban los ciento cincuenta salmos del rey David. Ya que la población medieval en su mayoría no sabía leer, y mucho menos conocía el latín, se optó porque los fieles acompañaran el rezo de los religiosos a su manera, en este caso con el rosario. Así, mientras unos rezaban salmos, otros rezaban padrenuestos o avemarías, siempre y cuando hicieran un total de ciento cincuenta oraciones.

Pero si los salmos son oraciones dirigidas al Padre por boca de Jesucristo, como nos dice la Iglesia, el rosario son oraciones de diálogo entre Dios y María que acaban con una aclamación especial a su maternal dignidad. El rosario es, pues, una conversación repetitiva que alienta a la contemplación y a la meditación. Bien hecho, el ejercicio del santo rosario nos acerca, en primer lugar, a la mirada de María. En segundo lugar, nos conecta con Cristo en sus misterios salvíficos y nos permiten profundizar en el plan de Dios. Es por esto que el rosario, al igual que el vía crucis, se yergue como un instrumento muy útil para la oración cristiana.

Prueba de esto último la encontramos no solo dentro de la Iglesia, sino también en las actividades cultuales de las hermandades. Actualmente resulta extraño que no haya una cofradía que practique el rezo del santo rosario, ya sea de la aurora o vespertino. Y esto es así por lo dicho anteriormente. La oración del rosario es una fuente de advocaciones cofrades, así como las letanías lauretanas. ¿Cuántas doloras no llevan uno de los saludos que se proclaman dentro de ellas? Madre de Dios, Madre de la Esperanza, Madre Inmaculada, Salud de los Enfermos, Estrella de la Mañana, Consuelo de los Afligidos, Auxilio de los Cristianos, Reina de los Ángeles, Reina del Santísimo Rosario, Reina de la Paz… Los nombres son tantos y las muestras tan numerosas que no sabríamos por donde empezar. Habrá cofradías cuya titular, tal vez, no aparezca allí; pero, rascando un poco, se comprobará que tiene alguna relación con las letanías o con los misterios.

En definitiva, el rosario es un instrumento fundamental de nuestra vida cristiana y cofrade. Concederle tan solo un mes al año es, evidentemente, insuficiente; pero tiene la virtud de recordarnos que dicha practica religiosa, de origen popular al igual que nuestras hermandades, recoge no solo una tradición histórica, sino también un gran bagaje espiritual que pervive en los usos religiosos más elementales. Nada más que por eso, merece la pena dedicarle un poco de nuestro tiempo. Así repetiremos y reviviremos aquellas salidas procesionales de una forma distinta: desde el hogar, en el interior de nuestro corazón, ejercitando tanto la meditación como la contemplación, dos prácticas fundamentales del ser humano y que son muy necesarias en este mundo caótico y acelerado que nos ha tocado vivir.