Antes, hace apenas unos años, cuando no existían tantas salidas extraordinarias, se esperaba con anhelo estas fechas, la fecha de la igualá, el primer ensayo, siempre deseando de abrazar a los más preciados hermanos de trabajadera, aún recuerdo de equidad e igualdad existente en el grupo, resultado del anhelo en común, todos teníamos ese anhelo, y por esa misma causa nos unía algo más que una amistad, y nos hacía a todos iguales.
Y es que la tarea de esperar es la tarea más difícil existente, la verdad es que todos sabemos que el que sabe esperar todo le llega, la paciencia todo lo alcanza, lo verdaderamente difícil es saber qué es lo que se está esperando.
En casa tras todo un año, se empezaba a preparar las túnicas para nuestras estaciones de penitencia, para nuestras salidas, las de los pequeños primero, siempre demostraban que la vida es imparable, de la misma forma que su crecimiento, cada año se debía sacarle los bajos a unas, o preparar una nueva para el mayor, y los demás corrían turno, el que más crecía estrenaba túnica, así en un mar de equipos impolutos de nazarenos, escudos, capas, empezaban a colgarse perfectamente protegidos por su funda, en armarios, en puertas, e incluso de algunas lámparas, de donde fuese, con la sana intención de que fuese imposible la aparición de alguna arruga.
De por medio, recibía el mismo trato mi ropa de costalero, faja, costal, sudadera, camisa, camiseta, pantalón, y yo que había anhelado este momento durante un largo año, disfrutaba como se disfrutan las cosas buenas, de forma lenta, muy lenta, con el infantil deseo de que no se terminase nunca, intentando alargar los tiempos y la duración de esta meta alcanzada.
Y por fin llegaba la anhelada igualá, y el primer ensayo, por fin un número de almas hermanas se reunían, y tras un largo año de espera, sentir el reconfortante abrazo de los hermanos de verdad, y a la madera, la esperada penitencia de la trabajadera dentro del claustro de las gualdrapas, el silencio del trabajo, la pasión por lo portado, la música peculiar de las alpargatas racheando, el valor de los que te acompañan, la oración única y particular del que de verdad se siente costalero, la potencia del trabajo en equipo, desde el más absoluto anonimato, no para mí, no para nosotros, solo para mayor gloria de Dios.
Ahora las cosas son distintas, los costaleros se han visto en algunas ocasiones hasta cinco veces en este pasado año, y no puedo menos que recordar la frase del escritor Pierre Lemaitre: “si quieres matar a un hombre, comienza por darle lo que más quiere. Muy a menudo, con eso es suficiente”.