Una cofradía en sus cultos internos y externos está dotada de un hilo argumental, ¡o debería estarlo! Uno reconoce en cada cofradía un mensaje estético que ha sido seguido por los diversos diseñadores y creadores que han dado forma a su patrimonio.
¿Es esta una condición de obligado cumplimiento? Muchos de vosotros, amables lectores, estaréis mostrando ahora mismo vuestro desacuerdo con este concepto que aquí pretendo exponer. Pero, en el fondo, y desde que tenéis memoria, os ha llamado poderosamente la atención el que una cofradía haya sido capaz de defender este concepto y de mantener una lógica, un “leit motiv”, un libro de estilo propio, una mirada personal,… ¡no sé cómo decirlo!… ¡que todo cuadre!… ¡que todo parezca estar en su sitio!
Quienes seguís sin estar muy convencidos de esta premisa que sostengo, me preguntaréis si no hay cabida para el diseño de nuevos artistas, según su estilo personal, en el patrimonio de aquellas cofradías de cuño más antiguo, más definido. Hemos de señalar que algunas nuevas creaciones, por desgracia, aportan más brillo que contenido.
Lo que tiene sentido, lo que viene a sumar, se sustenta entre los anaqueles de una cofradía porque cuadra, porque no viene a ser un grito en ninguna parte. Lo otro, no dejan de ser propuestas vacuas que más buscan el beneplácito de mecenas y artistas antes que entablar un diálogo en la huella histórica y artística que supone el patrimonio de una cofradía.
Seguirán los procesos creativos, pues son numerosas las obras que nacen con sentido, con elegante ejecución, con valores implícitos ligados a un tiempo que no vivimos pero que conocemos, hemos estudiado y seguimos elucubrando. Y quedarán como testigos de procesos de ruptura o como oportunidades perdidas algunas obras faraónicas que no condujeron a ninguna parte.
¡Desgraciadamente, seguiremos inmersos en este manido bucle!