No era de extrañar que la crisis del coronavirus avanzara inexorablemente por nuestro país debido a su gran virulencia avivada por una gestión cuanto menos dudosa del Gobierno de España, ese mismo que ante la crisis del ébola no paraba de culpar al Ejecutivo que presidía el país en ese momento.
Muchos, andábamos con la mosca detrás de la oreja cuando la cosa parecía desmadrarse, y en algún momento nos preguntábamos si la que se avecinaba, podía salpicar el mundo Cofrade en plena Cuaresma, y ahora, con la suspensión de una de las fiestas más reconocidas como las Fallas de Valencia, el temor a una posible suspensión de los actos cofrades se hace más que evidente.
Fruto de ese abanico de posibilidades, se abre la veda para la disparidad de opiniones, muchas basadas en datos reales, y otras tantas con teorías de “cuñado” que quizás hagan sumar una profesión más a las que los españoles tenemos -recuerden que todos tenemos un político y un entrenador incardinado en nuestro ADN- y que nos permitan hacer una valoración pormenorizada de lo que debe ocurrir.
Llegados este momento, la primera disertación que debemos hacer es la de sopesar por un lado la responsabilidad y por otro el fervor religioso. Obviamente, no hay que ser un lince para apoyar sin ningún género de duda la suspensión del hecho de realizar el gesto típico en los besapies o besamos de las imágenes que en este tiempo presiden los altares en decenas de templos. El que escribe ya lo percibe como algo con una más que dudosa categoría higiénica y sanitaria en condiciones normales, cuanto más en este momento que con o sin pánico, percibe en un virus una amenaza por su alto poder de contagio. Pero dejando atrás la más que responsable suspensión de estos cultos -al menos en lo que a besapies y besamanos se refiere-, el quid de la cuestión y el turrón del duro se empieza a vender en la segunda semana de Abril con la Semana Santa. Pero vayamos por partes.
Ante todo, debo decir, que soy consciente de que esta opinión no gozará de una especial y cariñosa acogida entre los que practican el postureo cofrade o profesan una fe exacerbada que pudiese enmarcarse dentro de un pseudofundamentalismo cristiano pero miren, llegados el momento, en peores plazas hemos toreado.
Resumiendo, lo que les voy a decir es que si la Semana Santa empezase este próximo domingo, el que está aquí la suspendería. Así, sin anestesia, sin ir a las Tendillas dándose un paseo por Fátima, Cañero, el Figueroa y luego ya tirar pal` centro. ¿Y por qué digo esto? pues por pura coherencia, lógica y sentido de la responsabilidad. Porque cuando ayer ví a Pedro Sanchez salir con esa cara de “aquí no pasa nada” es cuando empezaron a temblarme las canillas. Es cierto que en el mundo de las Fake News, no sabemos muy bien la información que manejamos, pero sabemos que algo pasa, y ante el desconocimiento real de ante lo que nos enfrentamos y sobre todo, de cómo se está gestionando, lo primero es la ciudadanía aunque haya descerebradas que con guantes de látex morado salgan a pasear por las calles reivindicando no sabemos muy bien qué con miles de otras descerebradas más, pero eso es otro tema.
El caso es que la afluencia que puede vivirse en nuestra Semana Santa, haría más que aconsejable evitar situaciones de contagio y porque no decirlo también, evitar que los graciosos que abundan en nuestra querida tierra, se pongan a toser sustituyendo la moda de las carreras para que cunda el pánico, pero nos quedan unos días interesantes y convulsos en los que tenemos que estar preparados para vivir un momento histórico como el de la suspensión de una Semana Santa. Hagan juego.