La grandeza escondida de lo cofrade

Saldrá el sol y las calles cordobesas se llenarán una vez más. Las campanas de la torre de nuestra Catedral, Mezquita omeya que se construyó sobre los cimientos de un magnífico edificio visigótico olvidado por los siglos, tocarán de nuevo a arrebato mientras las sienes de la Paloma de Capuchinos son coronadas. En San Andrés se celebrará el aniversario fundacional de un Buen Suceso que mira retrospectivamente sus raíces para afrontar su presente. Y así, una tras otra, las cofradías de esta antigua colonia patricia harán gala de su pasado. En otras palabras: observaremos el discurrir de la Historia.

Pocos son conscientes de lo importante que es conocer nuestra historia. En ocasiones la damos por sabida y hablamos de ella con suma ligereza. Lo que no se dice es que detrás de esta, muchas veces engrandecida por leyendas y dichos —todos ellos maravillosos y necesarios, sin duda—, se esconde el verdadero recorrido de aquellas primitivas hermandades que han ido sorteando los avatares del tiempo de maneras muy diversas.

Sin embargo, es necesario descubrir esa historia de forma metódica y rigurosa, pues en ocasiones las fábulas se entremezclan y las hipótesis —si no conjeturas en algunos casos— se asientan con demasiado acomodo dentro de la verdad. Hay todavía mucho que estudiar y divulgar en torno a lo cofrade, convirtiéndose esta tarea en un reto sumamente interesante para los investigadores de los campos de la cultura. Aún hay que encontrar y desempolvar numerosos documentos y testimonios que nos permitan reconstruir la realidad histórica de aquellas primeras corporaciones que anduvieron por nuestra tierra.

Ya he hablado en artículos precedentes de la importancia de la formación espiritual. Es por ello que hoy pongo las miras en la formación intelectual, especialmente referida al conocimiento de los fenómenos culturales que llamamos cofradías y que conforman ese otro gran fenómeno cultura que conocemos como Semana Santa. Es sorprendente observar cómo un hecho religioso trasciende sus propios límites y opera tanto en hábitos como en costumbres sociales hasta construir a su alrededor una celebración que aúna elementos artísticos, técnicos, académicos y, en definitiva, vitales. Porque lo cofrade no es un mero espectáculo, adornado con movimientos teatrales, luminarias, música, aromas… En realidad, es un fenómeno que incide en la autorreflexión del sujeto y de su vida comunitaria.

Más aún, es un conjunto de signos que pueden ser estudiados semióticamente. Y no digo más, pues el artículo se está alargando y toma un camino demasiado complejo para ser recorrido. Baste lo dicho para incitar vuestro interés e imaginación, que también es necesaria para descubrir y aprender, así como el pensamiento crítico. Mientras tanto, esperemos que resuenen de nuevo las campanas de la torre, y demos gracias a Dios por compartir entre todos un pedacito más de nuestra Historia, esa que escribimos a diario en el privilegiado soporte de nuestra vida.