La vara del pertiguero, Opinión

La locura del mundo

El mundo está loco, pero eso no es novedad. Es la famosa «razón de la sinrazón» que dijo don Quijote y que cristalizó Galdós en una de sus novelas. Más allá de lo literario, la realidad toma el testigo y ratifica lo que nos parece una fantasía. Hoy quiero hacer un brindis en favor de la razón aprovechando que mañana es la memoria de san Bernardo, de la Orden del Císter. De este modo, quiero rezar a través de estas líneas a Nuestro Padre Jesús de la Sangre, ya que en estos días más que nunca «la sangre de tu hermano me está gritando desde el suelo» (Gén 4,10b).

Aunque la violencia siempre ha existido, resulta difícil comprenderla y convivir con ella. Su rostro muda constantemente y presenta formas diversas. Hay violencia en actos cotidianos que limitan nuestras vidas y en otros tan brutales que conllevan la imposición de regímenes totalitarios. Es evidente que pienso en Oriente Medio y la locura humana del irracionalismo, así como en otras muestras de bestialidad que conducen a la muerte de un joven por no se sabe bien qué razón. Como es habitual, la violencia y la muerte —que es su fatal heredera— se justifican cuando no tienen justificación posible. Cuesta recordar aquello de que «quien a hierro mata, a hierro muere», porque nos resulta kármico y fabuloso en un mundo de verdades visibles.

En efecto, el ser humano es un misterio indómito que necesita pocas razones para torcerse. Basta un leve empujón en el lugar adecuado y en el momento oportuno para evidenciar la caída. Quizás se deba a las reconocidas «estructuras de pecado» de las que habló san Juan Pablo II y que conducen a los hombres hacia el mal. También a las inseguridades y miedos que nos son innatos, los cuales solemos aplacar con un deseo de nueva religiosidad centrada en lo espiritual. Sin embargo, incluso entre tantas buenas intenciones se renuevan los entresijos de lo puro y lo impuro, adhiriéndolos a cosas mundanas y materiales, además de a hechos y actos concretos. En ocasiones se nos olvida que la tal pureza e impureza no la hallamos en las cosas externas, sino en nuestro interior. Así, pues, es un acto de elección libre que afecta solamente a nuestra actitud hacia el mundo y los demás.

Nuestro Padre Jesús de la Sangre | Cartel de Semana Santa de Córdoba 2021 | Juan Miguel Martín Mena

Decía antes que le rezaría a Nuestro Padre Jesús de la Sangre, y así lo hago. Basta considerar el misterio de esta hermandad para comprobar la vigencia de aquel hecho. Jesús fue despreciado por el pueblo, el cual ambicionó su sangre con un fatal apetito de justicia. Todos justificaban la muerte de algún modo, como hoy también se hace en muchos casos. Hay que defender las ideas, los sentimientos, los valores y las creencias con uñas y dientes, sin importar cómo ni a qué coste. Esa mentalidad excusa que muera quien atente contra lo nuestro. En cambio, Jesús nos muestra la otra cara de la moneda —la única verdadera—, que pone el amor en el centro de todo. La comprensión, el interés por entender, el deseo de escuchar y la necesidad de ayudar al que lo necesite son los nuevos valores que posee el hombre nuevo, pagados a precio de una sangre preciosísima: la de Dios mismo.

Eso es, la sangre de Dios, de un Dios que busca la redención y el amor, no el dolor ni el sufrimiento. Un Dios que rompe las rígidas leyes que matan para darnos una nueva ley basada en el amor. Un amor que abraza incluso a quien no cree lo mismo o no quiere creer. Esa es nuestra fe, ese es nuestro compromiso, esa es nuestra vida. Al no aceptar algo tan básico y a veces complejo, nos aventuramos en los caminos de la intolerancia y el extremismo. No hace falta considerar grandes movimientos políticos ni ideológicos para darnos cuenta de ello, solo es necesario mirar nuestro interior. 

Hasta aquí la oración cargada de homilía, por la cual pido disculpas; aunque es difícil no dejarse llevar por los impulsos del alma, sobre todo cuando contempla lo más oscuro de nuestra especie. Sin embargo, cabe defender la bondad del hombre y su vocación a la santidad, entendida como un sí rotundo a ese amor que Dios nos brida. Es ese sí que dio María y que, hace unos días, le permitió ser asunta al cielo para convertirse ahora en Nuestra Señora Reina de los Ángeles. Una mujer que es ejemplo de las posibilidades del hombre cuando escoge la vida frente a la muerte. Tal vez una locura más, pero distinta, ya que centra todo en nosotros más allá de nosotros.