El Capirote, Opinión, Sevilla

La precuaresma más triste

El año pasado a estas alturas nos sonaba ajeno el virus que circulaba ya por parte de China. Iba cayendo información con cuentagotas y la normalidad de la que disfrutábamos —que no era tal, con una crisis económica galopante— nos anunciaba la llegada de una nueva Semana Santa cargada de estrenos. Todavía quedaba tiempo para sacar la túnica de los altillos, sacar la papeleta de sitio e imaginar una estación de penitencia con sol radiante y las calles llenas.

Antes de la llegada de la Covid-19 la normalidad tampoco estaba en la Semana Santa. Las bullas, las carreritas, los episodios violentos habían deslucido la celebración más universal de la ciudad. Y la llegada de una nueva suspensión de los desfiles procesionales ahonda aún más en una herida que no es sino un golpe a la descontextualización. Porque Sevilla no se entiende sin sus cofradías y dos años sin ellas nos llega a parecer algo hasta ilógico.

El mes de enero del pasado año la precuaresma venía celebrándose sin problema. Habíamos visto el Gran Poder de Dios cerca de San Lorenzo y Pasión había llenado por completo El Salvador durante sus cultos. ¿Y qué me dicen del altar efímero en San Vicente? A pesar de la dificultad que presenta elevar la figura del Nazareno la priostía siempre se las ingenia para que la perfección se instale en la parroquia.

El 31 de enero se inauguraba la muestra del Gran Poder, que conseguiría una asistencia importante de visitantes. La ciudad volvía a rendirse ante Él, en una exposición que logró reunir importantes piezas de la hermandad. Admiramos de cerca el retablo andante que es el paso de Ruiz Gijón, descubrimos joyas conventuales como el Nazareno de pequeño tamaño que custodian las monjitas. Exvotos, carteles y Currito de la Cruz. Devoción tras siglos de historia, ¿o siglos de historia tras la devoción?

Acudimos al Vía Crucis del Cristo de la Buena Muerte de la Hiniesta. Nos reencontramos con la memoria, con el pasado, en una noche fría de olor a incienso y bullicio. Era el 1 de febrero, era el mes en el que veríamos al Nazareno de la Salud presidiendo el Vía Crucis del Consejo. Fueron los últimos destellos que viviríamos sin saberlo antes de que el mundo diera un vuelco.

Este año, a estas alturas, nos hemos quedado ya sin las cofradías en la calle, sin los besos a la Virgen de la Paz bajo ese cielo del Porvenir donde siempre es Domingo de Ramos. Será la precuaresma más triste, pero cerca de aquel arco de la Resolana habita la Esperanza que nunca debemos perder. Confiemos en Ella.