La vara del pertiguero, Opinión

La vara del pertiguero | Lo llaman arte

Vivimos en un país libre, de eso no cabe duda. O al menos así lo creemos la mayoría. Por tanto, en nuestro país esta no solo asentado y defendido, sino también bien extendido, el famoso derecho que propugna la libertad de expresión, aunque en algunas ocasiones dicha libertad quede poco manifiesta y se ahogue en los inquisidores arbitrios del wokismo pseudo-progre.  No obstante, la acidez de la libertad de expresión no azota con el mismo ímpetu a todos: la religión, y en especial nuestra fe católica, es la que más sufre sus devaneos.

Esto es cierto, por más que algunos intenten camuflarlo. Reírse de los católicos, de sus ritos y de su modo de vida es más sencillo que hacerlo con otras confesiones. Al menos, eso es lo que ocurre en este país. Utilizar los símbolos de nuestra fe para hacer «arte» está a la orden del día. Y digo «arte» porque, para nosotros, hay una delgada línea que separa lo artístico de lo sacrílego. Es cierto que en este mundo posmoderno, lleno de relativismo y filosofía consumista, donde solo tiene cabida la laicidad y el individualismo, lo sacrílego solo se circunscribe a lo mundano, es decir, a todo aquello que ofenda al Estado, a los grupos sociales de moda o a sus sucedáneos. En otras palabras, cometes sacrilegio si atacas lo público y lo socialmente establecido, pero no si utilizas los símbolos de una fe —que realmente sí es sagrada— para «expresarte».

A pesar de todo, vivimos en un estado de derecho —y a Dios gracias— que nos permite poder manifestarnos libremente, como hago yo en estas líneas. Esta es una de las grandes virtudes de nuestra democracia que no debemos perder. Aunque también existe otro gran derecho que, si bien no está establecido de forma explícita en nuestra carta magna, es bien conocido por todos. Me refiero al derecho a la réplica.

Por ello, replico a quienes utilizan de forma poco apropiada nuestros símbolos con la mayor arma que tenemos: el Amor. De este modo, no tomo en cuenta los agravios, aunque tampoco los dejo de lado, sino que los atiendo para contestarlos y enfrentarlos al Amor que todo lo puede y que nos salvó mediante su pasión, muerte y resurrección. Con esa confianza de que el Amor lo vence todo, espero que se den cuenta de que nuestra fe y sus símbolos no están para ser tratados de cualquier modo. Aunque debemos ser nosotros los primeros que los defendamos y demos ejemplo. Si no, todo será en vano.

Por tanto, y a modo de conclusión, no debemos mantenernos callados. Hoy más que nunca hemos de proclamar a los cuatro vientos nuestra fe, hemos de dar testimonio de nuestra confianza y tenemos que vivir según aquello que decimos profesar. Si utilizan lo nuestro con un fin que no sea el de dar mayor gloria a Dios, digámoslo claramente, pero con Amor. No debemos tener miedo. La libertad de expresión no deja de ser un mecanismo de doble dirección. Por tanto, utilicémoslo también para decir en libertad lo que sentimos.