La vara del pertiguero, Opinión

La vara del pertiguero | Peregrinos por el mundo

Ayer tuvo lugar el via crucis de Nuestro Padre Jesús de la Salud, y un servidor —que tuvo la suerte de participar en él— aprovechó esos instantes para meditar y reflexionar. En cuanto a la oración, la vida cristiana fluctúa entre dos ejes: el de la meditación y el de la contemplación. Siendo el primero más sencillo que el segundo, pues empieza en uno mismo, no resulta complicado dedicar unos instantes de nuestro tiempo en sopesar algún momento de nuestra existencia. Es por eso que, armado con tal disposición de ánimo, me propuse hacerlo.

Es bien sabido que el via crucis es el camino de la pasión de Nuestro Señor. También reconocemos que en la meditación de dicho camino hallamos una fuente de inspiración y entendimiento en cuanto a nuestra vida. En el via crucis nosotros, cristianos y cofrades, recordamos nuestra condición de peregrinos en el mundo, del mismo modo que lo fue el pueblo de Israel o los primeros apóstoles. Pero, en verdad, la analogía es mucho más profunda y radical: la enseñanza del camino nos lleva a considerar que todo nuestro paso por este mundo se convierte en un tránsito temporal.

Es por esto que santa Teresa escribió «nada te turbe, nada te espante, Dios no se muda». El mundo es como un tifón que, en muchísimas ocasiones, nos arrastra a su centro vertiginoso y nos hace olvidar qué es lo realmente importante. Solo cuando decidimos con firmeza detenernos y contemplar nuestro alrededor es cuando comprendemos muchos de los secretos de la existencia.

En aquellas quince estaciones —añadiendo la resurrección— entendemos bien cuál es la realidad del tiempo: fugaz y estático a la vez, caprichoso cuando lo medimos e indiferente cuando no le hacemos caso. En verdad, nosotros lo calificamos y lo tasamos según nuestro interés. No obstante, también el tiempo tiene su propia esencia, apartada en todo de nosotros mismos. Es por esto que, cuando pasa indiferente y después lo examinamos, nos damos cuenta de en qué lo hemos gastado. Y he ahí que normalmente nos asustemos y nos agobiemos al comprobar que no lo hemos aprovechado convenientemente.

Somos, pues, peregrinos sujetos al tiempo, pero también a las acciones de nuestro entorno, unas veces como agentes, otras como pacientes. En ambos casos, tomamos partido en el devenir de la vida. En el via crucis apreciamos perfectamente todo esto. Unas veces actuamos pasivamente, como Pilato, que condena a muerte a Cristo por inercia, sin tener clara la condena. También como el cirineo, que sin proponérselo ni buscarlo ayuda a Cristo a llevar su cruz. Dos formas de actuar con un fondo similar, pero un resultado completamente distinto.

También podemos ser activos y actuar como Nicodemo, quien pide sin miedo el cuerpo del Señor para enterrarlo. Pero también podemos ser como los sanedritas y promover la muerte del inocente. En ambos casos, ellos son quienes inician la acción, pero una vez más la intención que los mueve es infinitamente distinta.

En conclusión, estamos aquí para aprovechar el tiempo mientras caminamos por la vida intentando sembrar el bien o soportar el mal de manera bondadosa. Como dijo Jesús, debemos tomar cada uno nuestra cruz y seguirlo, teniendo en cuenta que no caminamos a un vacío o solo a un calvario, sino al triunfo definitivo con el mismo Cristo, en el cual seremos resucitados y disfrutaremos del Reino de los Cielos. Por tanto, la próxima vez que salgamos y peregrinemos del trabajo a nuestro hogar, de lo bueno a lo malo, con pocas paradas y alientos, recordemos que el camino de la cruz tiene que ser así para poder purificar lo que, por naturaleza, está ahora vedado.