La vara del pertiguero | Trabajo en tiempo de ocio

Ya han empezado las igualás de costaleros. Ya ha empezado, en definitiva, a moverse el mundo cofrade. A fin de cuentas, para muchos que viven fuera de lo nuestro, lo cofrade empieza cuando ven costaleros y pasos por las calles. Y, aunque esta apreciación es errónea desde cualquier punto de vista, no cabe duda de que el nivel de exigencia necesario para mantener todo esto vivo es muy alto. Por eso, me planteo la siguiente cuestión: ¿lo cofrade es una afición o un trabajo?

Aunque en principio la participación de los hermanos entraría dentro del tiempo sobrante y dedicado principalmente al ocio, lo cierto es que le dedicamos mucho más del que en principio disponemos. Quiero decir que el compromiso activo exige una presencia más o menos constante, así como un ofrecimiento casi perpetuo a cualquier necesidad extraordinaria que ocurra. Al menos, de este modo utópico se entiende el compromiso activo, a pesar de que después tenga sus propias salvedades. Por tanto, y en sentido estricto, ser cofrade superaría los límites de la afición.

El problema radica en que, en sí mismo, tampoco puede considerarse un trabajo, como comprenderéis. Es cierto que en las hermandades se trabaja casi todo el año, que siempre hay algo que hacer o que preparar. Sin embargo, su finalidad es siempre altruista y voluntario, cosa que no ocurre con aquel otro trabajo cotidiano que realizamos por necesidad. En resumen, la labor de las cofradías se sustenta en el desinterés y en la buena voluntad de aquellos que quieren —y, en muchos casos, pueden— regalar parte de su tiempo.

Si atendemos a la realidad socioeconómica que nos rodea, en la cual estamos más agobiados y estresados, así como sometidos a mayor presión laboral, resulta del todo sorprendente el esfuerzo que realizan muchos hermanos. Del mismo modo, no debería sorprendernos que otros muchos se contenten solo con salir de vez en cuando en los actos cultuales externos que se organizan. No olvidemos que vivimos en un mundo inmerso en la turbotemporalidad, la cual nos impele a trabajar cada vez más para vivir dignamente y que nos roba parte de nuestro tiempo libre. Por no hablar del número de responsabilidades que tenemos a nuestro cargo… Eso es harina de otro costal.

Así, pues, lo cofrade se articula hoy como un trabajo oficioso, difícil de conciliar y, en muchísimos casos, extremadamente ingrato. No obstante, persiste, posiblemente por esa enorme fe latente del hermano que sacrifica parte de su tiempo por algo que ama en profundidad. También pervive gracias a los gestos de aquellos otros que, si bien no pueden estar, sí se presentan en aquellos momentos puntuales en que son necesarios. En definitiva, lo nuestro se mantiene mediante ese esfuerzo voluntario y proporcional que permite la celebración constante y popular de los misterios de nuestra fe.