Para el cofrade moderno en la Semana Santa no hay una verdad fija, no hay dogmas. Todo es evolución. Algo difícil de asimilar para el cofrade de siempre que no entiende nuestra Semana de pasión sin la tradición, y aquello que lo sustenta. Es cierto que, para el cofrade moderno, y modernista, el espectáculo está por encima de todo, es su razón para acercarse a unas celebraciones a las que trata de hurtar, por lo tanto, las características que pongan en menoscabo ésa orientación.
¿Puede haber Semana Santa sin cuadrillas de costaleros? Sin ningún problema
¿Puede haber procesiones sin bandas de música? Por supuesto
Ambas cosas diríamos no son necesarias para la perfecta ejecución y dignidad de una estación penitencial como forma de apostolado público, que son las procesiones de Semana Santa; y no sólo eso, muchas de las tareas que hoy están profesionalizadas en el mundo cofrade son accesorias y perfectamente pueden ser sustituidas por la abnegación que conlleva la veneración
Y es que el espectáculo siempre tiende a la profesionalización, es inevitable cuando se concibe como una industria que tiene que sostenerse a si misma. Cobrar ha sido uno de los verbos más leídos y escuchados en los mentideros cofrades desde que el covid 19 hiciera su trágica aparición. El concepto empresarial de servicio se naturaliza en un mundo el de las cofradías que no son, ni deberían ser nunca empresas. Así el apretón de manos y la palabra dada pierden ante el nuevo rey de las relaciones cofrades: el contrato, con sus puntos y cláusulas.
Sí, hemos dicho veneración, como podríamos haber escrito amor, por unos titulares. Cuando el sino de los tiempos es que al profesional “cofrade” se le debe retribuir, es lo que reclaman ya también algunas cuadrillas de costaleros, comandadas por sus capataces; y lo que es norma entre las bandas, vestidores, y otros protagonistas de este mundillo. Nosotros, utópicamente quizás, reclamamos una vuelta a los orígenes, a unas hermandades en las que los hermanos no son unos meros cotizantes, en las que la vida cofrade, la de verdad, vuelva a resurgir, asentada sobre las aportaciones personales de cada uno. Desde luego es un camino mucho menos cómodo, ya que implica compromiso con la corporación a la que se dice pertenecer, un compromiso mucho más noble y auténtico que el monetario.
Sin ese renacer de la vida cofrade, como comunidad de hermanos, alrededor de unas creencias católicas la erosión que pueden sufrir las cofradías puede ser enorme; en primer lugar, porque perderán su independencia, y dejarán aparcadas sus esencias para convertirse en algo que será objeto de corrupción, alejándose definitivamente de la razón de ser para la que nacieron. Hoy en día hay cofrades modernos que se posicionan públicamente como agnósticos, nada practicantes en materia religiosa, o en el mejor de los casos indiferentes. Es doloroso como algunos que se llaman cofrades, incluso en puestos representativos, hablan aprobando leyes como la del aborto, o públicamente se muestran simpatizando con proyectos políticos antagónicos a una prédica cristiana. Está claro que estas personas son llamadas por el envoltorio, lo accesorio y espectacular, de los actos procesionales de la semana santa, y el mundo cofrade. Nada más.
Para dejarlo claro, profesionalización significa alejarse irremediablemente del ideal cofrade, muchos pasos se han dado en ese sentido, la cuestión es que parece que en los tiempos venideros esa esencia comunitaria, la hermandad, va a ser más necesaria que nunca; es hora de planteárselo.