A pulso aliviao, Opinión

Los armaos de la Esperanza

La belleza de los sueños nos permiten transportarnos hasta lugares y momentos maravillosos.

Y aunque parezca real, la Madrugá vivida hace tan solo dos noches, se ha convertido ya en el reclamo más dulce para soñar el resto del año para todos los que puedo vivirla, pero muy especialmente de los que tuvieron el privilegio de disfrutarla desde dentro, muy cerca de sus imágenes.

Ahí es cuando la fe brota en toda su intensidad, y eso es precisamente lo que viví de primera mano la pasada Madrugada en el mismísimo atrio de la Basílica de la Macarena.

Esos segundos irrepetibles transcurrieron después de que el misterio del Señor de la Sentencia saliera del cancel y alcanzara la Resolana.

Los armaos de la banda de la Centuria empezaban a su vez la Estación de Penitencia, e iban abandonando poco a poco el espacio reservado a los integrantes de la histórica formación.

A medida que desfilaban para posicionarse tras el paso del Señor con los sones de las cornetas y el redoble inconfundible, los músicos se presignaban uno por uno al pasar ante la puerta de la Basílica, donde al fondo se vislumbraba la Virgen de la Esperanza en su magnífico paso de palio.

Alguno, incluso, le tiró un beso a la Señora después de hacer la señal de la cruz, como queriendo tener esa última muestra de cariño como despedida a la Madre del Cielo, antes de iniciar la noche más bonita del calendario.

Por delante quedaban muchas horas tocando tras el Cristo de la Sentencia, y por esa misma razón, en la breve intimidad de esos segundos mágicos frente a la Señora del arco, sus hijos de la Centuria le dedicaban esa ofrenda cálida antes de la partida.

Esa imagen, recoge la demostración gráfica más perfecta de lo que significa la fe a la Santísima Virgen, brotando expontaneamente, sin cortapisas, cada noche del Jueves Santo.