El hedor fúnebre acaricia la ciudad alrededor de las 3. El clamor y los vítores se han acallado. O quizás he dejado de escucharlos yo al despertar de mi ensoñación, pues realmente Dios agoniza en Sevilla desde el Domingo de Ramos.
Por amor entrega el Señor su existencia en el Salvador, desgarrado de dolor por la Pasión, martirizado por la humillación y desconsolado en la soledad del madero.
San Julián es testigo también de su lamento, bien lo sabe María Magdalena que dialoga con el cadáver en busca de repuestas que le den sentido a aquella canallada que acaban de presenciar sus ojos.
Pero el Señor azul y plata sabe que su muerte es Buena al sacrificarse por la humanidad; como así lo corrobora Juan de Mesa en su inmortal crucificado para los Estudiantes.
Previamente, en su agonía, Dios esboza Siete Palabras en San Vicente, pide agua en Nervión, conversa con el Buen Ladrón junto a la Magdalena y lanza el último aliento en el Museo.
Y pediremos tantas cosas mientras lo vemos pasar clavado en la corteza de la Salvación … Salud para nuestros seres queridos y para nosotros mismos, un Buen fin en cada acción emprendida, Misericordia ante nuestros pecados y el alma limpia después de la redención.
Pero será solo él en cada Viernes Santo el que estremezca el corazón con una simple mirada al cielo y el pecho inchado por el aire contenido.
Ay Cachorro Bendito, que mueres cada año en tu Sevilla, la ciudad que jamás has visto y la misma que te reza con una devoción sin límites.
Triana te venera cada día, pero toda Sevilla se rinde a tus plantas en esa jornada fúnebre donde todo te evoca y alude.
Y tú, poderoso y valiente, volverás a evangelizar cada esquina de esta Tierra con esa inagotable Expiración que te devuelve al Padre Eterno, ya sea en tu Basílica o cruzando el Puente, en la soledad de tu camarín o en la algarabía de la Magdalena o el Arenal.
Hay muchos cristos inertes en la Semana Santa de Sevilla, pero ninguno muere como tú, Cachorro de Triana.