A principios de agosto contactaron conmigo para informarme de una «bomba», un llamativo proyecto que quería poner en marcha un grupo de cofrades en la ciudad de Córdoba. Un futuro proyecto construido en torno a una de las devociones más universales de cuantas conforman el universo cofrade: la Esperanza Macarena, de manera similar a las hermandades homónimas existentes en lugares como Almería o Madrid, aunque con matices distintos. Girando en torno a esta advocación mariana se construiría un grupo parroquial que tendría como objetivo final terminar convirtiéndose en una Hermandad penitencial.
Reconociendo que sonaba atractivo desde el punto de vista informativo, contactamos con uno de los promotores de esta idea. Un chico muy joven que nos explicó que ya tenían escudo para su futura corporación, en el que ocupa un lugar preeminente la torre campanario de la Mezquita Catedral, bajo un arco de la antigua Mezquita Aljama, flanqueada por sendos escudos alusivos a la Virgen María y a Jesús Nazareno. Igualmente, nos explicó que, con el objetivo de terminar conformando el Jueves Santo de la ciudad de San Rafael, la corporación que se ponía en marcha no pretendía construirse en torno a una réplica de la mítica imagen de San Gil sino que solamente tomaba prestada la advocación y el color verde íntimamente relacionado con la Esperanza y que el primer paso, una vez materializado el proyecto, consistiría en recaudar los fondos necesarios para que un importante imaginero gubiara a la imagen mariana.
Sopesados los datos en nuestro poder, y respetando las ilusiones de sus promotores, convinimos en que no era noticia, al menos no de momento. Que un reducido grupo de cofrades tuviese esa ilusión -no más que un pequeño esbozo- no la convertía por sí misma en noticia. Otra cosa sería que su recorrido lo hiciera y entonces sí podría ser una información que llevarse a la boca. Sin embargo, semanas después, y reflexionando sobre el particular, uno se pregunta qué es lo que lleva a un grupo de jóvenes a intentar crear una nueva cofradía en una ciudad en la que muchos pensamos que sobran algunas, a tenor del exiguo grupo humano que las conforman.
En los últimos años hemos asistido a una curiosa proliferación de Hermandades de vísperas, algunas de ellas con una pujanza innegable pero otras abocadas al ostracismo y quién sabe si a su desaparición, un extremo sobre el que el tiempo dará o quitará razones. Por no hablar de algunas hermandades, que forman parte de la nómina de cofradías que conforman la Semana Santa de Córdoba que agonizan de manera inmisericorde. Proyectos sin un trasfondo social o devocional concebidos en torno a un grupo de personas, generalmente muy reducido, que busca un oasis en el desierto cofrade en el que se han convertido sus vidas tras deambular por distintas hermandades sin el éxito deseado. Es verdad que algunas hermandades pasan por ser cortijos en manos de un grupo de impresentables que llevan años expulsando a sus hermanos, en ocasiones a familias enteras, y que, en ese contexto, puede que no sea precisamente apetecible remar, pero este argumento sólo debería servir para quienes vienen de vuelta, quemados por las luchas intestinas que, lamentablemente, preñan muchas corporaciones, no para chicos jóvenes, permítanme la expresión, vírgenes en lo que a peleas de barro se refiere.
La pregunta es muy clara: ¿caben más hermandades en Córdoba? Si observamos la salud de algunas de ellas es perfectamente plausible dudar de ello. Y, como les decía antes, uno no deja de preguntarse por qué unos chicos jóvenes no intentan integrarse en un proyecto ya existente el lugar de construir un castillo de naipes sobre la nada, con escasas posibilidades de éxito, dicho sea de paso. Me dirán que muchos proyectos comenzaron de ese modo en el pasado. Y no les falta razón. Pero en un contexto con muchas menos cofradías, no en el actual en el que mejor nos iría prescindiendo de algunas, y no les hablo sólo de vísperas, por supuesto. No nos engañemos, la población de Córdoba es la que es. Y los cofrades estamos hartos es decir que al final somos los mismos los que nos vemos en todas partes. ¿Cómo vamos a aceptar que hay sitio para más?
En Córdoba no se cuentan los nazarenos precisamente por miles y desde luego no sobran los hermanos. ¿Realmente cubre alguna necesidad la creación de una nueva hermandad? Porque de eso ha de tratarse, de cubrir un hueco existente y no de engordar el ego de quienes promueven este tipo de propuestas. Me dirán que es legítimo querer pasar a la historia. Incluso si les compro ese argumento, ¿por qué no se intenta hacer historia ayudando a que prosperen entidades ya existentes que necesitan ese crecimiento antes de fabricar humo, por muy bonito que sea su color, que termina difuminándose en el cielo de las ilusiones marchitadas? De lo contrario seguiremos sembrando pequeños brotes en mitad de un erial, que terminan condenados a marchitarse, en lugar de luchar porque algunos de los pequeños jardines que malviven en algunos de los rincones de Córdoba se conviertan, algún día, en incipientes vergeles, o al menos intentarlo. Y, eso, permítanme que se lo diga, me parece un gran error.