Córdoba

Seis estampas de luto

Son diversas las teorías que explican el origen de la tradición de ataviar las dolorosas de luto, buena parte de las cuales se pierden en la memoria de los tiempos. Como es de sobra conocido, el luto es la expresión medianamente formalizada de responder a la muerte, la muestra externa de los sentimientos de pena y duelo ante el fallecimiento de un ser querido. La costumbre de llevar ropa negra sin adornos en señal de luto se remonta al menos al Imperio Romano, cuando la toga pulla hecha de lana de color oscuro se vestía durante los periodos de luto.

Durante la Edad Media y el Renacimiento, las ropas propias del luto se llevaban por pérdidas personales y generales: se dice que tras la matanza del día de San Bartolomé de hugonotes en Francia Isabel I de Inglaterra y su corte vistió de luto riguroso para recibir al embajador francés. Las mujeres de luto y las viudas llevaban sombrero y velo negros, generalmente en una versión conservadora de la moda actual. En algunas zonas rurales de Portugal, España, Grecia y otros países mediterráneos, las viudas visten de negro el resto de sus vidas. Los miembros inmediatos de la familia del difunto visten de negro durante un período más amplio que el resto.

En la actualidad, en infinidad de iglesias se exponen imágenes de la Virgen Dolorosa vestida de luto, algunas de ellas protagonistas de las procesiones de Semana Santa, de tanto arraigo en nuestro país. Estas vestiduras fúnebres con que se las cubre, pertenecen ya a la iconografía popular que hemos asumido como la indumentaria más acorde con la profunda tristeza del prototipo representado. Sin embargo, la tradición se inicia en Madrid en 1565, cuando doña María de la Cueva, condesa viuda de Ureña y Camarera Mayor de Isabel de Valois, dona uno de sus propios trajes de luto para vestir la imagen de la Soledad que labró Gaspar Becerra a instancias de la reina.

Tal fue el impacto de esta nueva iconografía que pronto se extendió a las dolorosas de toda la península y los territorios conquistados por España, pudiéndose encontrar aún hoy una larga muestra de estas imágenes de la Virgen vestida como una viuda castellana noble de la corte de Felipe II, no sólo dentro de nuestras fronteras, sino en diversas capitales europeas y americanas que pertenecieron a la corona española, aunque en la actualidad prácticamente se ha olvidado el origen y significado de tales vestidos.

Esta costumbre generalmente aceptada goza en las últimas décadas de una particular pujanza con la llegada del mes de noviembre, mes tradicionalmente utilizado en nuestra cultura para rememorar a los difuntos, motivo por el cual se ha convertido en una costumbre recurrente en las hermandades de todo el universo cofrade que los vestidores opten por este atavío singular durante el penúltimo mes del año, potenciando la especial idiosincrasia de cada corporación a través de esta particular vestimenta.

Como forma de observar esta tradición, nuestro compañero Antonio Poyato, ha recorrido algunos de los templos cordobeses para registrar en virtud de su personal e intransferible visión, la manera en la que las diferentes dolorosas de la ciudad de San Rafael son ataviadas. Una forma íntimamente derivada de la particular cultura de cada hermandad y del inequívoco sello personal de los respectivos vestidores. Un recorrido que, en esta ocasión le ha llevado por seis puntos dispares de la geografía cordobesa: San Andrés, para visitar a María Santísima de la Esperanza, San Agustín, para rendirse ante las maravillas de la Virgen de Las Angustias, Santiago, para orar ante la Soledad y la Virgen de la Concepción, los Padres de Gracia, donde le esperaba la Virgen de la Amargura y la iglesia de la Merced, para redimirse y encontrar consuelo ante la Quinta Angustia.

Lugares en los que seis hermosísimas dolorosas ejemplifican esta heterogeneidad y son muestra evidente de que es en la diversidad donde se encuentra la riqueza, más allá del gusto de cada cual, perfectamente legítimo, como legítima es cualquier manera de interpretar el arte de vestir a la virgen. reinas del dolor, que en virtud de la creatividad de sus vestidores despiertan una multiplicidad de emociones en unas fechas en las que la oración y la introspección lo inundan todo.