Le tomo prestado el titular a mi querida y admirada Marta Gutiérrez Rosado, en su excepcional Exaltación a la Virgen de la Esperanza del año 2015, porque reconozco que a mí a muy duras penas me salen las palabras, y porque aquella historia tan entrañable y profunda que entonces nos regaló, hablando de la gracia del cofrade en relación a la Santísima Virgen, hoy cobra mas sentido que nunca. Este artículo, que no deja de ser la simple expresión de lo poco que acierto a escribir sobre la tragedia y que por supuesto, no tiene por qué importar a nadie, solo pretende tratar de contar, porque quizá lo necesite, qué acierto a sentir.
Que de un día para otro, de golpe y porrazo, algo tan profundamente arraigado en la vida y en el corazón como la Virgen de tus amores sea presa de las llamas, es algo que jamás llegó a tener lugar ni en mis más terribles pesadillas. Mucho menos tener que ver las desoladoras imágenes que algún desalmado se dedicó a hacer públicas y compartir. La ciudad más necesitada de Esperanza que yo conozco ha sentido profundamente el suceso como una aguda dolencia en la columna vertebral. La Andalucía cofrade ha sufrido la catástrofe como suya, y así lo ha transmitido de diversas formas a la cofradía, que tan duros momentos está pasando.
A todos los que me han preguntado y animado de un modo u otro estos oscuros días, a quienes mando de nuevo mi más sincero agradecimiento, les he dicho lo mismo. Estado de shock absoluto, sin reaccionar, no me salen las lágrimas. Debo tenerlas clavadas como espinas en lo más hondo del alma. Solo escapó alguna esporádica con el texto que tuvo la nobleza y bondad de escribir Guillermo Rodríguez, director de esta casa, a quien agradeceré de por vida el gesto, al igual que a todos los compañeros de este portal por sus cariñosas palabras.
Cuando me preguntan por qué no me planteo irme a vivir a otro lugar, siempre respondo lo mismo. Aquí, en este maldito y olvidado rincón del sur, en La Línea, tengo mis anclas. No soportaría vivir tan alejado de Ella y de Él, y no es una exageración ni una figura retórica. Y es que aunque no haya ido a postrarme a sus plantas todo lo que debería, sabía, y con ello me bastaba, que mis anclas, mi Cristo del Amor y mi Virgen de la Esperanza, estaban en sus respectivos lugares. Y ahora, uno de los dos anclas ha ardido. Más allá de las familiares, que tampoco son muchas, y del aferramiento al Señor del Amor, no me queda absolutamente ninguna ligadura de tal magnitud a mi tierra, y lamento decirlo así, pero es como lo siento.
Resulta obvio decir que las imágenes sagradas son una simple representación, pero por si alguien se empeña en buscarle la vuelta de hoja a estas líneas, se dice. Reconozco mi absoluta debilidad como cristiano, y que buena parte de mi fe está arraigada a mi Cristo del Amor y mi Virgen de la Esperanza. Son las imágenes que se me aparecen cuando cierro los ojos y rezo. Mi unión con Dios tiene su eslabón en su sacra madera, a la que dio vida Hernández León y Ortega Brú.
Saber que estás y a la vez no estás, Madre, en tu rinconcito de siempre, es algo que desampara radicalmente ni ser y me llena de un miedo tan irracional como implacable, destrozándome el alma en pedazos. Un sentimiento mezcla de temor, impotencia, tristeza, frustración y desánimo que es tremendamente complicado de explicar con palabras. Trato de seguir con mi vida pero algo no encaja, porque mi vida eres Tú. Siento que me falta algo, que ahí dentro hay un vacío difícil de describir e imposible de subsanar. No me atrevo ni a acercarme aunque sea a abrazar la reja exterior del cerrado templo de San Bernardo.
A la espera de acontecimientos, solo queda cerrar los ojos, imaginar la belleza de tu semblante, e implorar y también exigir con todo mi corazón a quienes corresponda que te devuelvan exactamente igual a como estabas. Repito. Exactamente. Divina pero humana, maternal pero niña, sencilla pero arrebatadora, dulce pero firme, serena pero sollozante, valiente pero afligida, única e irrepetible, con tanto poderío como finura. Desbordante de Esperanza. Por encima de todo, Madre del Amor, radiantemente guapa como Tú sola. Que te devuelvan tal y como eras, no necesitas ningún tipo de mejora o modificación. Aunque habites para la eternidad en nuestros corazones, en nuestros sueños, en nuestras oraciones y en cada rincón de nuestro herido corazón, te necesitamos justo como eras, nosotros y las generaciones futuras. Como te imaginó la privilegiada gubia de Ortega Brú.
Si mil veces volviera a nacer, mil veces me colocaría de nuevo atrapado entre el frontal de tu palio y la pared de la casa hermandad aquel lluvioso Viernes Santo de 2006, justo a la altura de la calle que separa la candelería, para volver a dejarme enamorar hasta lo más profundo de mi ser de Ti. Ahora que, como decía, estás pero no estás, te esperaría toda una vida si supiera que, cuando llegue la hora, lo último que acertaran a ver mis ojos fueran los tuyos, y lo primero que percibiera mi alma al llegar al Reino de los Cielos fuera, de nuevo, tu mirada. Porque si hay algo que da sentido a mi vida es que quiero creer, y además creo firmemente que, como dijo Marta…
Tiene tu cara, Esperanza…