Alcanzamos los días finales de un año que volverá a quedar para el recuerdo de todos los cofrades habidos y por haber, si el caprichoso destino no convierte el devenir de los próximos años en espejos de este. Un año condenado a ser un continuo quiero y no puedo para un orbe cofrade castigado en demasía y reprobado a ver desde su celda, como el resto del mundo disfrutaba de la libertad anhelada.
El 2021 comenzaba con la certeza de que tampoco habría salidas procesionales en la presente edición de la Semana de Pasión. La triste decisión dio paso a un mar de creatividad que se materializó en la creación de altares inéditos durante cada una de las jornadas de la Semana Santa, acinados en capillas o en cabeceras de miles de parroquias a las que acudieron decenas de fieles, eso sí bajo las estrictas medidas de seguridad predicadas por las autoridades sanitarias que, por desgracia solo han llegado a cumplir los integrantes del orbe cofrade.
El tiempo de gloria tampoco dio buena cuenta de noticias esperanzadoras. Poco halagüeño se mostraba la situación cuando alcanzábamos el ecuador del año. Y es que salvo en el oasis concebido por la valentía de quienes reiniciaron el culto público en Andalucía, los cofrades de Jerez de la Frontera, ninguna de las provincias andaluzas pensó siquiera en auxiliar el tiempo dedicado a la figura de la Virgen. Nos tocó esperar en el regazo de la paciencia hasta encontrar la situación idónea para retornar a las calles.
Sin embargo, no sería hasta el mes de septiembre cuando esa situación se tornaría propicia para la vuelta de las salidas procesionales plenamente. La Divina Pastora de Sevilla cubriría el primer puesto de un retorno a la normalidad que a la postre recobraría su esplendor en un corto espacio de tiempo.
El Señor de Sevilla se reencontraría con su pueblo y acudiría a su cita postergada con los barrios más desfavorecidos de la capital hispalense y lo volvería a hacer al son de la música procesional como ya ocurriera en el año 2016.
Otro de los grandes hitos, quizás el más colosal, y más en esas fechas, sería la celebración de la magna, “El Camino de la Gloria” de Málaga, coincidiendo con el colofón de los actos de la centenaria Agrupación de Cofradías de la capital costasoleña. Una mini semana de pasión comprimida en una jornada que quedaría para la historia en la retina de miles de cofrades.
Así pues, el ansia procesional motivaría, en los últimos meses del año, la consecución de infinitud de procesiones extraordinarias y rosarios de la aurora, como las celebradas por la Hermandad de la Candelaria en Sevilla, la Salud en Córdoba y la Paloma y la O en Málaga. Momentos que cobraron especial emotividad tras la terrible situación acuciante del año y medio anterior.
Hoy, tras la alegría de la recuperación de las salidas procesionales, el maldito y temido abismo se ha vuelto a cernir sobre esta castigada tierra. Y es que la vorágine pandémica ha vuelto a tornar de negro las expectativas más esperanzadoras que renacieron a la par que el corto intervalo de tiempo en el que todo parecía volver a la normalidad. Una pelea de variantes del bicho obligadas a destrozar la ilusión navideña y que pretende volver a enterrar los logros alcanzados en este año sin final.
Un final de año que sino tan mal como lo empezamos, ha demostrado que ese “quiero y no puedo” que narraba en el principio de este artículo aún sigue patente en nuestras vidas sumidas en una mezcolanza de tristeza y pavor.