Se pudo oír de todo. Tantas cosas en la prensa escrita que no había por dónde sostenerlas que daba hasta miedo. Y por redes sociales. Y por gente que estaba allí. Y por otros que, no estando, tenían buenas fuentes de información para narrar lo que pasó. Teorías de todos los colores. Tantas como los gustos. Imágenes de televisión, muy pocas… las justas y necesarias. Según me cuentan porque esto ocurre igual que cuando en cualquier evento llega el graciosete que quiere salir desnudo en las cámaras y no se le da el gusto.
Por elucubrar hubo hasta quien en la prensa seria se planteó si todo esto no era producto de nuestra imaginación. ¿Se acuerdan del ilusionista Anthony Blake? Pues igual. No había nada que generara el pánico, la gente corriendo en avalancha sin saber de qué huían… era todo fruto de una especie de psicosis colectiva. Solamente faltó rematar la faena diciendo aquello de: “Y recuerde. Todo lo que acaba de ver ha sido producto de su imaginación. No le dé más vueltas. No tiene sentido”. Pues eso.
El hecho es que vamos camino de que se cumplan dos meses y aún no sabemos qué fue lo que generó aquello que hizo romperse (otra vez) la que para tantos en Sevilla era la noche más hermosa. El problema es que pasarán dos y cuatro y seis meses más y seguiremos igual que ahora. Ningún culpable. Una versión oficial que no hay por dónde cogerla. Así lo ha demostrado el informe de la Hermandad del Gran Poder. Algún día, cuando pasen muchos años, alguien se preguntará cómo es posible que lo acontecido en la pasada Madrugada de 2017, al igual que la de 2000, quedara sin explicación convincente y sin culpables pagando por lo que generaron. Y esto, ¿cómo se torea?