La vara del pertiguero, Opinión

Año nuevo, ¿vida nueva?

Último día del año, primer día de buenos propósitos… Muchos de nosotros —me incluyo sin ambages— plantearemos mentalmente un conjunto de intenciones a cumplir el año siguiente, esperanzados y animados en lograr tan hermosas metas. El hombre es un animal racional, un animal cultural y, sobre todo, un animal de costumbres. Por tanto, donde dije digo, digo Diego o, del dicho al hecho, hay un trecho. Uno aún mejor por ser cervantino: por el camino del «ya voy» se llega a la casa del «nunca». Sin embargo, viene bien plantearnos ciertas reflexiones, ya que somos racionales, sobre un tema tan cultural como lo cofrade. Al menos, por eso de que acaba el 2021 y no está de más hacer crítica constructiva.

Hemos vivido nuestro propia Odisea y ahora hacemos balance de lo perdido y de lo logrado, de lo aprendido y de lo olvidado. En líneas generales, reina un pesimismo en torno a esto último. La mayoría de la población considera que la pandemia no nos ha hecho mejores personas. Sin embargo, muchos coinciden en que sí ha traído cambios importantes en la forma de relacionarnos. Pero poco más en cuanto a solidaridad, compañerismo, empatía y generosidad.

Lo que hay, sigue, tanto bueno como malo. Si acaso habrá quien diga que nos hemos vuelto más egoístas y desconsiderados. Juicios como los anteriores son muy precipitados, ya que en ocasiones los emitimos desde las circunstancias estresantes que nos asedian. No obstante, son válidos cuando contemplamos panoramas incomprensibles como los vividos en algunas procesiones. Me refiero a la saturación de calles, a la falta de cuidado (mascarillas fuera, vaya) y compadreos sublimes que rozan el sinsentido.

Ojo, que no censuro la procesión en sí ni niego que las haya, de igual modo que me parece bien que haya cabalgata y otros tantos eventos. Lo que digo en definitiva es que el ser humano, como casi siempre (animal de costumbres) poco razona sobre los límites de lo posible en estos tiempos. Si hay demasiada gente ya en una esquina esperando el paso correspondiente, vete un poquito más allá, por favor. Si ves que no se respetan las distancias, al menos no te quites la mascarilla. En fin, una serie de mínimas prácticas que el buen sentido (como diría Descartes) nos lleva a hacer.

De cara al futuro, quizás nuestra propia salvación venga de que la nueva variante sea menos mortal. Eso y lo de las vacunas parecen ser nuestros únicos salvavidas. Porque, con respecto a las buenas prácticas generales, mejor no decir nada… A las pruebas me remito y a la fe en que Dios mismo nos ha echado una manita. Y no son palabras de pesimismo o de desesperanza ante lo social, sino una reflexión de cara a algunas perlas que se escucharon a lo largo del año. Como aquella expresada por varios jóvenes, los cuales afirmaban que teniendo ya la vacuna podían hacer lo que quisieran, que ya no había peligro. O sea, fuera toda preocupación, que ya me he bañado como Aquiles en la laguna Estigia y soy inmortal. Eso es como vacunarse del tétanos, hacerte mil heridas en el pie e ir metiéndolo después en cada charco infecto y llenito de barro que te encuentres. Lo mismo tienes suerte y solo te toca la pedrea en esa lotería.

Habrá quien diga que está harto y que tiene derecho a la vida. Muy bien, todos en verdad estamos hartos. Incluso estamos hartos de muchas cosas más allá del covid y no vamos fastidiando al prójimo. Entre las reflexiones, pues, deberíamos incluir la de la regla de oro, aquello de amor al de al lado como a uno mismo, el ser caritativos y demás asuntos concernientes al bienestar de todos; porque al final, si los demás están bien, nosotros estamos bien; porque las obras de caridad y misericordia no se agotan en una limosna o un donativo mensual a tal o cual organización; porque la caridad y la misericordia, ese verdadero amor que sentimos por Dios y por los hombres, se han de  manifestar cada día en toda situación que se nos presente.

Valga de colofón el deseo de mejora y el reconocimiento a todos aquellos que sí han obrado con sentido, que se han sacrificado por alcanzar alguna mejora, que han ayudado arrimando el hombro y que han sembrado el camino de esperanza. A ellos, un aplauso sincero y mi agradecimiento. Extiéndase esto a las cofradías que han actuado con sentido común y han sabido sobrevivir en estos tiempos tumultuosos. Son muchas las que están pagando el precio mundano y económico de ajustarse al bien de los demás. Gracias y feliz año para ellas, para sus hermanos y cofrades, para los que ven el 2022 como una auténtica oportunidad, aunque sea frágil. Gracias.