La vara del pertiguero, Opinión

Baluarte de esperanza

San Basilio es más jardín que barrio. No se extrañe nadie de esta verdad, pues con solo dar una vuelta por sus calles pulcras y armoniosas uno acepta que, en cada hoja y pétalos multicolores, rezuma la belleza extraordinaria de lo cotidiano. En el interior de sus muros, con particular privilegio, yace Nuestra Señora del Tránsito, conocida popularmente como la Virgen de Acá. La bienaventurada nos recuerda aquel dogma de la Asunción proclamado por Pío XII en el siglo pasado, aunque defendido por muchos —entre ellos los vecinos de este barrio cordobés— desde hace tiempo.

Todos los 15 de agosto, esa bella durmiente recibe el beso de la Gloria en sus nacaradas mejillas y es llevada al cielo entre las emocionadas voces de sus vecinos. Es un auténtico espectáculo que mezcla el bullicio de la gente y la intimidad de los rincones que visita. Sobre todo, cuando llega al Patio de los Naranjos, cruza los arcos omeyas que arbolean la Santa Iglesia Catedral y busca a su salida las luces del atardecer que, poco después, serán manto de noche hasta regresar a su casa.

Sí, San Basilio es más jardín que barrio; pero, en agosto, se transforma en paraíso. ¡Y cuánta falta nos hace ver hoy el paraíso en la tierra! Este año volverá a celebrarse la fiesta dentro de su templo, aunque también disfrutaremos de su compañía desde la plaza en un esperado Via Lucis. Cualquier acto que rompa nuestra «nueva normalidad» es más que bienvenido, ya que nos insufla esperanzas. Y la esperanza, amigos míos, es el último baluarte que nos mantiene firmes y animados, aun cuando la realidad parece resistirse.

No son tiempos sencillos, lo sabemos de sobra. Hay miedo e inseguridad, a la vez que convivimos con la incredulidad, la frustración, la indignación y el hastío. Pero, al contemplar a la Virgen, allí en su presencia, aunque sea entre cuatro paredes, renovamos el aliento. Con qué poco nos conformamos, ¿verdad? Es una resignación temporal que se trasmuta en reivindicación y deseo de cambio. Es un anhelo en volver a ver florecientes las calles de nuestra ciudad al paso del Tránsito y de todas nuestras cofradías. Es un grito de libertad dentro de una pesadilla que nos ha atacado en cada uno de los niveles de nuestra existencia. Es la necesidad de vivir y dejar de sobrevivir.

El que escribe irá el domingo a ver a la Virgen de Acá para colocar bajo sus plantas estos ruegos. Sé que muchos otros también lo harán, esperanzados en que nada se resiste ante la intercesión de Nuestra Señora. Junto a ello, no debemos olvidar poner algo de nuestra parte para alcanzar el final de todo esto. Como dice el capítulo de un libro de González-Carvajal, eminente teólogo, «cuando Dios trabaja, el hombre suda». De modo que confiemos en su trabajo a la vez que nosotros también hacemos el nuestro. A fin de cuentas, el domingo se producirá un pequeño milagro para todos los creyentes y devotos. Y los milagros, como el mismo Dios, siempre van a más.