Decía el maestro Nicolás Gómez Dávila que más que un cristiano él pudiera ser un pagano que creía en Cristo. Esa descripción que se aplicaba el genial colombiano también puede realizarse sobre la Semana Santa española, ya que nuestra semana mayor no se puede abarcar en plenitud, ni entender, si no aceptamos que sus formas exteriores son herederas de un paganismo secular que sirven para conmemorar la Muerte y Resurrección de Nuestro Salvador.
La Semana Santa con sus desfiles, sus nazarenos, sus mujeres ataviadas con mantillas – tocado que bebe de la herencia ibérica-, sus pasos y las esculturas de sus vírgenes y cristos convertidos en imágenes sagradas es una forma de mirar a la divinidad muy singular que podemos rastrear, a través de la arqueología y los textos escritos antiguos, desde los celtiberos pasando por púnicos y griegos y que tendría su colofón con la conquista romana. No eran muy diferentes las formas de las procesiones a Baal en Gades o a Júpiter en Corduba, esplendores del mundo mediterráneo que es nuestra cultura y nuestra ancla, a las que hoy podemos contemplar en las calles y plazas de las Españas.
No por ser esas formas paganas son menos útiles para transmitir una teología cristiana. Antes al contrario, que siga existiendo la Semana Santa es un milagro que debemos a la providencia, sólo los estúpidos e iletrados piensan en las casualidades, ayudada por esa mirada nuestra que es histórica, social y antropológica. Una mirada que siendo un sentir tiene su origen entre los turdetanos o los numantinos, y que lanza Roma a la Edad Media para definirse, es el nacimiento de las hermandades y cofradías y de las catedrales, mezcolanza de cristianismo y paganismo pues el cristiano vive en un mundo del que no reniega. ¿Cómo va a renegar Santo Tomás de Aquino de Aristóteles al que rescata de las brumas del olvido?, y que alcanza su cenit con el Barroco, que es una vuelta al pasado medieval y clásico, como respuesta firme ante las acechanzas de los vientos gélidos de Germania que anhelaban congelar nuestra espiritualidad.
A partir de aquí podemos reflexionar sobre varios conceptos; no nos parece que sea inextricable la fusión de elementos y formas paganas con lo cristiano para explicar la Semana Santa muy al contrario sería inexplicable sin esa amalgama. Es un hecho que cuando no se ha tratado de obviar, se ha atacado frontalmente o como en nuestros días se ata con una cuerda corta con la pretensión de domesticar sus efectos.
Para quien no lo sepa el obispo Trevilla fue el ocupante de la silla de Osio entre 1805 y 1832, afrancesado, liberal e ilustrado, fue quien abolió las procesiones en todas las diócesis cordobesa prohibición que se mantendría en Córdoba capital y en algunos pueblos durante treinta años. Pero que pretendía el vizcaíno Trevilla con esa acción entre otras cuestiones, y no la menos importante, desterrar y quitar de la Semana Santa litúrgica todo rasgo de paganismo, matar a las procesiones y a la religiosidad popular tan denostada por las elites europeístas.
Los cofrades cordobeses creen que este fue un fenómeno circunscrito a la diócesis cordobesa pero desafortunadamente “Trevillas” hubo por toda Andalucía y toda España, y los hubo y hay en el espacio y el tiempo. El mismo Concilio Vaticano II fue un deudor de esa impronta ilustrada, protestantizante, y radicalmente negrolegendaria con la historia de España. El alma mater de ese concilio el teólogo alemán, acordémonos de los vientos gélidos de Germania, Karl Rahner fue un militante contumaz de esa negativa visión sobre la hispanidad y de la mirada que nuestro pueblo conservaba para dialogar con Dios. Así, no es sorprendente que tras el concilio la forma de expresar la religiosidad popular de nuestros padres fuese reprobada y manoseada para hacerla “evolucionar”. Para los impulsores de estos nuevos vientos se trataba de quitar adherencias indeseables, de limitar y de cancelar lo que no se adaptara a la modernidad; lo “viejo”, lo tradicional y lo que había perdurado durante milenios era escoria.
Lo dijimos antes, que la Semana Santa perdure es milagroso, que siga presente en nuestras vidas teniendo en cuenta los enemigos a los que se enfrenta solo puede ser obra de Dios. Una celebración de la Semana Santa hoy desde luego capitidisminuida y que tiene como principal falta la ausencia buscada de toda Teología, algo que cuenta con toda lógica por cuanto en la actualidad la Iglesia Católica sufre una crisis brutal en cuanto a frutos teológicos. Hoy el cofrade se aparta de su misión en busca de lo trascendental en pos de un espectáculo que no es ni siquiera teatro, el teatro es algo muy serio, y sólo se queda en la tramoya.