Cruz de guía, Opinión

Cruz de guía | Techo de carey

Hace escasos días presencié un desafortunado hecho en una de esas cofradías que parece que no le importan a nadie. Sí, me refiero a esas que reviven una vez al año, generalmente en el mes de mayo, cuya atención se diluye en el tiempo tras la celebración de la procesión correspondiente. Las de Gloria. Unas asociaciones que describen una línea descendente en cuanto al interés que generan conforme avanzamos hacia el extremo más oriental de nuestra tierra en la gráfica invisible que mide el fervor y la devoción. Todo ello entremezclado en una disolución que alcanza su único punto álgido el día de la efeméride.

Exacto. Esas cofradías que debido a su aislamiento en el calendario gregoriano o a la escasa atención que captan se convierten en repúblicas bananeras y en auténticos cortijos dominados por la mano más inmerecida y menos laboriosa. Esas cofradías dirigidas por personas de larga edad incapaces de revitalizarlas y de intentar crear un futuro próspero de la mano de la savia siempre joven, por suerte existente en el caso referido en la primera línea de esta humilde columna de opinión gracias a la unión de un grupo de jóvenes cofrades. Esas cofradías capaces de vilipendiar a sus grupos jóvenes por sus ideas tildadas de “modernas” en un intento de aplastar cualquier revolución que, a lo largo de los años, se ha ido produciendo a cuentagotas.

Dicho esto, el caso que les traigo sucedió en una corporación de carácter glorioso que ha sabido perdurar en el tiempo gracias al buen hacer de ese grupo de jóvenes al que me he referido con anterioridad. Un colectivo que ha sabido ver las virtudes de una asociación -de cuyo nombre no quiero acordarme- y que se había estancado en el tiempo en medio de un mar de dudas y requiebros.

Ante la inminente llegada del normativo tiempo de elecciones y ante la necesidad de evitar un vacío de poder debido a la falta de líderes dentro de dicha corporación -fenómeno que supone una losa para muchas cofradías- este grupo, de más de una treintena de personas, quiso proponer a un integrante de gran renombre y trayectoria entre el colectivo cofrade de la urbe en la que se encuentra. Una persona que hubiese mamado el viejo jugo que emana de la vida interna de las cofradías de esa estirpe de hermanos que conforman una congregación reconocida en los cuatro puntos cardinales en el planeta. Pues bien, la respuesta que nos plantaron no pudo ser más negativa, motivada por el simple hecho de no superar la treintena de edad.

Esto me hizo reflexionar, en un momento dado, sobre la necesidad que existe en nuestras cofradías de romper el techo que obstruye la capacidad de decisión y participación de los jóvenes.

Y es que este hecho no es un caso aislado en el planeta cofrade. En ciertos medios de comunicación se han relatado, a lo largo de los últimos años, hechos similares que han denotado la falta de interés de muchos dirigentes en fomentar la juventud en sus correspondientes corporaciones. Una falta de interés que se ha traducido y que tiene como consecuencia directa la desafección de la vigorosa juventud hacia un mundo -este el cofrade- que necesita más que nunca una revitalización y un relevo generacional, así como el desembarco de nuevas ideas que le proporcionen el impulso suficiente para revocar la situación. Un techo de carey impenetrable para nuestra juventud que se ve abocada al olvido de nuestras cofradías y al desprecio hacia las mismas.

Caso parecido ocurren en las entidades agrupacionales de hermandades y cofradías, las cuales han sufrido el desinterés y el desgaste a lo largo del tiempo ante la negativa perenne arrojada contra la juventud de no poder acceder a las mismas, algo que ha derivado a los más jóvenes a adquirir hábitos lejos de nuestras hermandades y a denigrar -con razón- a estas organizaciones que no supieron ver el potencial de la unión entre personas de distintas generaciones. Unos aprendiendo y otros enseñando.

Se trata de una máxima de éxito en el mundo futbolístico, si me lo permiten. La unión entre veteranía y juventud ha alzado siempre muchas de las grandes gestas conseguidas en nuestras hermandades. La llegada de los costaleros no asalariados, la creación de bandas que hoy son referentes en el mundo de la música o la incipiente entrada de los grupos juveniles en las labores de priostía son ejemplos de épocas en los que la juventud fue la designada para tirar del carro en medio de la penumbra que representaron tiempos pasados.

Mirar para otro lado puede ser el camino más fácil, pero estaríamos firmando nuestra desaparición. Miremos hacia abajo. ¿Por qué no intentarlo? Quizás esa ansiada solución pase por los encuentros intergeneracionales en nuestras cofradías. Sí, aprender del pasado para no volver a tropezar en el futuro. Quizás nos venga bien esa savia que emana del viejo árbol de la vida que nunca perece.

Encontrar esa solución siempre será nuestro deber.